Homilía del día domingo, 20 de diciembre - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 23 dic 2020
- 5 Min. de lectura
Día del Señor
Tiempo de Adviento – Ciclo B
Cuarto domingo
20 de diciembre – 2020
Primera lectura: II Samuel 7, 1-5. 8-12. 14. 16
Samuel proclama que, el Señor, le dijo al profeta Natán: “Ve y dile a mi siervo David, que el Señor le manda decir esto: Te hago saber, que te daré una dinastía; y cuando tus días se hayan cumplido y descanses para siempre con tus padres, engrandeceré a tu hijo, sangre de tu sangre; y, consolidaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino, permanecerán para siempre ante mí; y tu trono, será estable eternamente”. (Samuel 7, 12. 14. 16)
Salmo: 88, 2-5. 27. 29
Proclamaré sin cesar, la misericordia del Señor. Proclamaré sin cesar, la misericordia del Señor y daré a conocer, que su fidelidad es eterna, pues el Señor, ha dicho: Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos. (Salmo: 88, 2)
Segunda Lectura: Romanos 16, 25-27
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los romanos les dice: Hermanos: A aquel, que puede darles fuerzas, para cumplir el Evangelio que yo he proclamado, predicando a Cristo, conforme a la revelación del misterio, mantenido en secreto durante siglos; y que ahora, en cumplimiento del designio eterno de Dios, ha quedado manifestado por las Sagradas Escrituras, para atraer a todas las naciones a la obediencia de la fe, al Dios único, infinitamente sabio, démosle gloria, por Jesucristo, para siempre. Amén. (Romanos 16, 25-27)
Evangelio: San Lucas 1, 26-38
El evangelista San Lucas, proclama que, el ángel Gabriel, fue enviado por Dios, a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen… El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. (Lucas 1, 26-27. 30-31)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

La Anunciación
(Lucas 1)
El ángel Gabriel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús". (Versículos 30-31)
Creer, para hacer una verdadera Navidad
El pasaje del Evangelio, del IV domingo de Adviento, comienza con las familiares palabras: Fue enviado por Dios, el ángel Gabriel, a una ciudad de Galilea llamada Nazaret. Es el relato, de la Anunciación. Como de costumbre, sin embargo, nosotros debemos concentrarnos en un punto; y este punto, son las palabras de María: He aquí, la esclava del Señor; hágase en mí, según tu palabra.
Con estas palabras, María, hizo su acto de fe. Acogió a Dios en su vida, se confió a Dios. Con aquella respuesta suya al ángel, es como si María hubiera dicho: Estoy aquí, soy como una tablilla encerada: que Dios escriba en mí, todo lo que quiera. En la antigüedad, se escribía en tablillas enceradas; nosotros ahora, diríamos: Soy, un papel en blanco: que Dios escriba en mí, todo lo que desee.
Se podría pensar, que la de María, fue una fe fácil. Convertirse, en la madre del Mesías: ¿No era éste, el sueño de toda muchacha hebrea? Pero nos equivocamos, de medio a medio. Aquél, fue el acto de fe, más difícil de la historia. ¿A quién puede explicar María, lo que ha ocurrido en ella? ¿Quién le creerá, cuando diga que el niño, que lleva en su seno, es obra del Espíritu Santo? Esto no había sucedido jamás, antes de ella, ni sucederá nunca después de ella. María, conocía bien, lo que estaba escrito en la ley mosaica: una joven, que el día de las nupcias no fuera hallada, en estado de virginidad, debía ser llevada inmediatamente, ante la puerta de la casa paterna y lapidada (Deuteronomio 22, 20-28). ¡María, sí que conoció, el riesgo de la fe!
La fe de María, no consistió en el hecho, de que dio su asentimiento, a un cierto número de verdades, sino, en el hecho de que se fió de Dios; pronuncio su si, a ojos cerrados, creyendo que nada es imposible para Dios.
En verdad, María, nunca dijo si, porque no hablaba latín, ni siquiera griego. Lo que con toda probabilidad, salió de sus labios, es una palabra, que todos conocemos y repetimos frecuentemente. Dijo ¡Amen!, Esta era la palabra, con la que un hebreo, expresaba su asentimiento a Dios, la plena adhesión a su plan. María, no dio su consentimiento, con triste resignación, como quien dice, para sí: Si es que no se puede evitar, pues bien, que se haga la voluntad de Dios. El verbo, puesto en boca de la Virgen, por el evangelista (genoito), está en el optativo, un modo que, en griego, se utiliza para expresar gozo, deseo, impaciencia, de que una determinada cosa ocurra. El amen de María fue, como el si total y gozoso, que la esposa dice al esposo, el día de la boda. Que haya sido, el momento más feliz de la vida de María, lo deducimos también, del hecho de que, pensando en aquel momento, ella entona poco después el Magnificat, que es todo un canto de exultación y de alegría. La fe hace felices, ¡Creer, es bello! Es el momento en el cual, la criatura realiza el objetivo, para el que ha sido creada libre e inteligentemente.
La fe, es el secreto, para hacer una verdadera Navidad; expliquemos, en qué sentido. San Agustín dijo que, María concibió por fe y dio a luz por fe; más aún, que concibió a Cristo, antes en el corazón, que en el cuerpo. Nosotros no podemos imitar a María, en concebir y dar a luz físicamente a Jesús; podemos y debemos, en cambio, imitarla en concebirle y darle a luz espiritualmente, mediante la fe. Creer es concebir, es dar carne a la palabra. Lo asegura Jesús mismo, diciendo que quien acoge su palabra, se convierte para Él en hermano, hermana y madre (Marcos 3, 33).
Vemos por lo tanto, cómo se hace para concebir y dar a luz a Cristo. Concibe a Cristo, la persona que toma la decisión, de cambiar de conducta, de dar un vuelco a su vida. Da a luz a Jesús, la persona que, después de haber adoptado esa resolución, la traduce en acto, con alguna modificación concreta y visible en su vida y en sus costumbres. Por ejemplo, si blasfemaba, ya no lo hace; si tenía una relación ilícita, la corta; si cultivaba un rencor, hace la paz; si no se acercaba nunca a los sacramentos, vuelve a ellos; si era impaciente en casa, busca mostrarse más comprensiva; y así, sucesivamente.
¿Qué llevaremos de regalo este año, al Niño que nace? Sería raro, que hiciéramos regalos a todos, excepto al festejado. Una oración de la liturgia ortodoxa, nos sugiere una idea maravillosa: ¿Qué te podemos ofrecer, oh Cristo, a cambio de que, te hayas hecho hombre por nosotros? Toda criatura, te da testimonio de su gratitud: los ángeles, su canto; el cielo, las estrellas; los Magos, los regalos; los pastores, la adoración; la tierra, una gruta; el desierto, un pesebre. Pero nosotros, ¡Nosotros, te ofrecemos una Madre Virgen! ¡Nosotros –esto es, la humanidad entera-- te ofrecemos a María!
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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