Homilía del día domingo, 21 de junio - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 20 jun 2020
- 5 Min. de lectura
Día del Señor
Tiempo Ordinario – Ciclo A
Decimosegundo domingo
21 de junio – 2020
Primera lectura: Jeremías 20, 10-13
Dijo el profeta Jeremías: Canten y alaben al Señor, porque Él ha salvado la vida de su pobre, de la mano de los malvados. (Jeremías 20, 13)
Salmo: 68, 8-10. 14. 17. 33-35
A ti, Señor, elevo mi plegaria, ven en mi ayuda pronto; escúchame conforme a tu clemencia, Dios fiel en el socorro. Escúchame, Señor, pues eres bueno y en tu ternura vuelve a mí tus ojos. Escúchame, Señor, porque eres bueno. (Salmo: 68, 14-17)
Segunda lectura: Romanos 5, 12-15
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los romanos les dice: Hermanos: el don de Dios, supera con mucho al delito. Pues si por el pecado de un solo hombre, todos fueron castigados con la muerte; por el don de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos, la abundancia de la vida y la gracia de Dios. (Romanos 5, 15)
Evangelio: San Mateo 10, 26-33
El evangelista San Mateo, proclama que, dijo Jesús a sus apóstoles: "No tengan miedo, a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo, el alma y el cuerpo". (Mateo 10, 28)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Los testigos de Jesús, serán perseguidos
(Mateo 10)
"Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo, el alma y el cuerpo" (v 28).
¡Tengan temor, pero no tengan miedo!
El Evangelio de este domingo, ofrece varias sugerencias, pero todas se pueden resumir, en esta frase aparentemente contradictoria: ¡Tengan temor, pero no tengan miedo! Jesús dice: No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo, el alma y el cuerpo. No debemos tener, temor ni miedo de los hombres; de Dios debemos tener temor, pero no miedo.
Por tanto, hay una diferencia entre miedo y temor; tratemos de comprender por qué y en qué consiste. El miedo, es una manifestación, de nuestro instinto fundamental de conservación. Es la reacción, a una amenaza para nuestra vida, la respuesta a un verdadero o presunto peligro: desde el peligro más grande, que es el de la muerte, a los peligros particulares que amenazan la tranquilidad o la incolumidad física (sano) o nuestro mundo afectivo.
Según se trate de peligros reales o imaginarios, se habla de miedos justificados y de miedos injustificados o patológicos. Como las enfermedades, los miedos pueden ser agudos o crónicos. Los miedos agudos, han sido determinados, por una situación de peligro extraordinario. Si estoy, a punto de ser atropellado por un carro o comienzo a sentir, que la tierra tiembla bajo mis pies, a causa de un terremoto; entonces, estoy ante miedos agudos. Estos sustos, surgen improvisadamente, sin avisar; y así, desaparecen al terminar el peligro, dejando quizá un mal recuerdo. Los miedos crónicos, son los que conviven con nosotros, se convierten en parte de nuestro ser e incluso acabamos encariñándonos de ellos. Los llamamos complejos o fobias: claustrofobia, agorafobia, etc.
El Evangelio nos ayuda, a liberarnos de todos estos miedos, revelando el carácter relativo, no absoluto, de los peligros que los provocan. Hay algo de nosotros, que nadie ni nada en el mundo, puede quitarnos o dañar: para los creyentes, se trata del alma inmortal, para todos el testimonio de la propia conciencia.
Algo muy diferente del miedo, es el temor de Dios. El temor de Dios, se aprende: Vengan, hijos, escúchenme: los instruiré en el temor del Señor (Salmo 33, 12); por el contrario, el miedo, no tiene necesidad de ser aprendido en el colegio; la naturaleza se encarga de infundirnos miedo.
El mismo sentido, del temor de Dios, es diferente al miedo. Es, un elemento de fe: nace de la conciencia, de quién es Dios. Es el mismo sentimiento, que se apodera de nosotros, ante un espectáculo grandioso y solemne, de la naturaleza. Es el sentimiento de sentirnos pequeños, ante algo que es, inmensamente más grande que nosotros; es sorpresa, maravilla, mezcladas con admiración. Ante el milagro del paralítico, que se alza en pie y camina, puede leerse en Evangelio: El asombro, se apoderó de todos y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: hoy hemos visto cosas increíbles (Lucas 5, 26). El temor, en este caso, es otro nombre de la maravilla, de la alabanza.
Este tipo de temor, es compañero y aliado del amor: es el miedo de disgustar al amado, que se puede ver en todo verdadero enamorado, también en la experiencia humana. Con frecuencia es llamado principio de la sabiduría; pues, lleva a tomar decisiones justas en la vida. ¡Es nada más y nada menos, que uno de los siete dones del Espíritu Santo (Isaías 11, 2)!
Como siempre, el Evangelio no sólo ilumina nuestra fe, sino que nos ayuda además, a comprender nuestra realidad cotidiana. Nuestra época, ha sido definida, como una época de angustia (W. H. Auden). El ansia, hija del miedo, se ha convertido en la enfermedad del siglo y es, dicen, una de las causas principales, de la multiplicación de los infartos. ¿Cómo explicar este hecho, si hoy tenemos muchas más seguridades económicas, seguros de vida, medios para afrontar las enfermedades y retrasar la muerte?
El motivo es, que ha disminuido o totalmente desaparecido, en nuestra sociedad, el santo temor de Dios. ¡Ya no hay temor de Dios! repetimos a veces, como una expresión chistosa, pero que contiene una trágica verdad. ¡Cuanto más disminuye el temor de Dios, más crece el miedo de los hombres! Es fácil, comprender el motivo. Al olvidar a Dios, ponemos toda nuestra confianza, en las cosas de aquí abajo, es decir, en esas cosas que según Cristo, el ladrón puede robar y la polilla carcomer (Lucas 12, 33). Cosas aleatorias, que nos pueden faltar en cualquier momento, que el tiempo (¡la polilla!) carcome inexorablemente. Cosas que todos queremos y que por este motivo, desencadenan competición y rivalidad. (el famoso deseo mimético, del que habla René Girard), cosas que hay que defender con los dientes y a veces con las armas en la mano.
La caída del temor de Dios, en vez de liberarnos de los miedos, nos ha impregnado de ellos. Basta ver lo que sucede, en la relación entre los padres y los hijos en nuestra sociedad. ¡Los padres han abandonado el temor de Dios y los hijos han abandonado el temor de los padres! El temor de Dios, tiene su reflejo y su equivalente en la tierra, en el temor reverencial de los hijos por los padres. La Biblia, asocia continuamente, estos dos elementos. Pero el hecho de no tener temor alguno o respeto por los padres, ¿Hace que sean más libres o seguros de sí, los muchachos de hoy? Sabemos, que no es así.
El camino para salir de la crisis, es redescubrir la necesidad y la belleza del santo temor de Dios. Jesús, nos explica precisamente en el Evangelio, que la confianza en Dios, es una compañera inseparable del temor. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza, están todos contados. No teman, pues; ustedes valen más que muchos pajarillos.
Dios no quiere provocarnos temor, sino confianza. Justamente, lo contrario de aquel emperador, que decía: Oderint dum metuant (¡que me odien con tal de que me teman!). Es lo que deberían hacer, también los padres terrenos: no infundir temor, sino confianza. De este modo se alimenta el respeto, la admiración, la confianza, todo lo que implica el nombre de sano temor.
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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