Homilía del día domingo, 22 de marzo - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 21 mar 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 23 mar 2020
Día del Señor
Tiempo de Cuaresma – Ciclo A
Cuarto domingo
22 de marzo – 2020
Primera lectura: 1 Samuel 16, 1. 6-7. 10-13
El profeta Isaías proclama que, dijo el Señor a Samuel: "Ve a la casa de Jesé, en Belén, porque de entre sus hijos me he escogido un rey. Llena, pues, tu cuerno de aceite para ungirlo y vete". El muchacho era rubio, de ojos vivos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: “Levántate y úngelo, porque éste es”. Tomó Samuel el cuerno con el aceite y lo ungió delante de sus hermanos”. (1 Samuel 16, 1. 12-13)
Salmo: 22, 1-6
El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas, me conduce para reparar mis fuerzas. El Señor es mi pastor, nada me faltará. (Salmo: 22, 1-2)
Segunda lectura: Efesios 5, 8-14
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los efesios les dice: Hermanos: En otro tiempo ustedes fueron tinieblas, pero ahora, unidos al Señor, son luz. Por eso se dice: Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. (Efesios 5, 8. 14)
Evangelio: San Juan 9, 1-41
El evangelista San Juan, proclama que, Jesús vio al pasar, a un ciego de nacimiento y sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿Quién pecó, para que éste naciera ciego, él o sus padres? Jesús, respondió: “Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él, se manifestaran las obras de Dios. Es necesario, que yo haga, las obras del que me envió”. Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte, en la piscina de Siloé (que significa Enviado)". Él fue, se lavó y volvió con vista. (Juan 9, 1-3. 6-7)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Jesús, sana a un ciego de nacimiento
(Juan 9)
“Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así, para que en él, se manifestaran las obras de Dios. Es necesario, que yo haga las obras, del que me envió”. (vs, 3-4)
El ciego de nacimiento
La curación del ciego de nacimiento, nos toca de cerca, porque en cierto sentido, todos somos... ciegos de nacimiento. El mundo mismo, nació ciego. Según lo que nos dice hoy la ciencia, durante millones de años ha habido vida sobre la tierra, pero era una vida en estado ciego, no existía aún el ojo para ver, no existía la vista misma. El ojo, en su complejidad y perfección, es una de las funciones, que se forman más lentamente. Esta situación se reproduce en parte, en la vida de cada hombre. El niño nace, si bien no propiamente ciego, al menos incapaz todavía, de distinguir el perfil de las cosas. Sólo después de semanas, empieza a enfocarlas. Si el niño pudiera expresar, lo que experimenta cuando empieza a ver claramente, el rostro de su mamá, de las personas, de las cosas, los colores, ¡cuántos oh de maravilla, se oirían! ¡Qué himno a la luz y a la vista! Ver es un milagro, sólo que no le prestamos atención, porque estamos acostumbrados y lo damos por descontado. He aquí entonces, que Dios a veces actúa de forma repentina, extraordinaria, a fin de sacudirnos de nuestro sopor y hacernos atentos. Es lo que hizo, en la curación del ciego de nacimiento y de otros ciegos, en el Evangelio.
¿Pero, es sólo para esto, que Jesús curó al ciego de nacimiento? En otro sentido, hemos nacido ciegos. Hay otros ojos, que deben aún abrirse al mundo, además de los físicos: ¡los ojos de la fe! Permiten vislumbrar, otro mundo más allá, del que vemos con los ojos del cuerpo: el mundo de Dios, de la vida eterna, el mundo del Evangelio, el mundo que no termina ni siquiera... con el fin del mundo.
Es lo que quiso recordarnos Jesús, con la curación del ciego de nacimiento. Ante todo, Él envía al joven ciego a la piscina de Siloé. Con ello Jesús quería significar, que estos ojos diferentes, los de la fe, empiezan a abrirse en el bautismo, cuando recibimos precisamente el don de la fe. Por eso en la antigüedad, el bautismo se llamaba también iluminación y estar bautizados se decía haber sido iluminados.
En nuestro caso, no se trata de creer genéricamente en Dios, sino de creer en Cristo. El episodio sirve al evangelista, para mostrarnos cómo se llega a una fe plena y madura en el Hijo de Dios. La recuperación de la vista, para el ciego tiene lugar, de hecho, al mismo tiempo que su descubrimiento de quién es Jesús. Al principio, para el ciego, Jesús, no es más que un hombre: Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro... Más tarde, a la pregunta: ¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos? responde: Que, es un profeta. Ha dado un paso adelante, ha entendido que Jesús, es un enviado de Dios, que habla y actúa en nombre de Él. Finalmente, encontrando de nuevo a Jesús, le grita: ¡Creo, Señor! y se postra ante Él para adorarle, reconociéndole así abiertamente, como su Señor y su Dios.
Al describirnos con tanto detalle todo esto, es como si el evangelista San Juan, nos invitara muy discretamente, a plantearnos la cuestión: Y yo, ¿En qué punto estoy, de este camino? ¿Quién es Jesús de Nazaret, para mí? Que Jesús sea un hombre, nadie lo niega. Que sea un profeta, un enviado de Dios, también se admite casi universalmente. Muchos, se detienen aquí; pero, no es suficiente. Un musulmán, si es coherente, con lo que halla escrito en el Corán, reconoce igualmente, que Jesús es un profeta. Pero no por esto, se considera un cristiano. El salto mediante el cual, se pasa a ser cristianos en sentido propio, es cuando se proclama, como el ciego de nacimiento, Jesús Señor y se le adora como Dios. La fe cristiana no es primariamente, creer algo (que Dios existe, que hay un más allá...), sino creer en alguien. Jesús, en el Evangelio, no nos da una lista de cosas para creer; dice: Crean en Dios; crean también en mí (Juan 14, 1). Para los cristianos creer es, creer en Jesucristo.
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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