Homilía del día domingo, 23 de febrero - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 22 feb 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 23 mar 2020
Día del Señor
Tiempo Ordinario – Ciclo A
Séptimo domingo
23 de febrero – 2020
Primera lectura: Levítico 19, 1-2. 17-18
Dijo el Señor, a Moisés: “Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor". (Levítico 19, 1-2. 18)
Salmo: 102, 1-4. 8. 10. 12-13
El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados. El Señor es compasivo y misericordioso. (Salmo 102, 8-10)
Segunda lectura: I Corintios 3, 16-23
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a la comunidad cristiana que está en Corinto, les dice: Hermanos: Que nadie se gloríe de pertenecer a ningún hombre, ya que todo les pertenece a ustedes: Pablo, Apolo y Pedro, el mundo, la vida y la muerte, lo presente y lo futuro: todo es de ustedes; ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios.. (I Corintios 3, 21-23)
Evangelio: San Mateo 5, 38-48
El evangelista San Mateo, proclama que, Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo; yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.". (Mateo 5, 43-45)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Amen a sus enemigos
(Mateo 5)
y recen por sus perseguidores, para que así sean hijos de su Padre, que está en los Cielos (v. 44-45).
Todos, estamos llamados por Dios a ser santos, a ser perfectos, como el mismo Padre lo es; y el camino para llegar a la plena santidad es el amor; amor a Dios y a los hermanos, amor a los que sufren, amor a sí mismo, a la familia, amor a la naturaleza, al cosmos-caos entero.
Las tres lecturas de hoy, podría considerarse, que están centradas en el tema de la santidad por el amor.
La primera lectura, un fragmento del código de santidad del libro del Levítico, presenta una imagen de santidad, mediada por la responsabilidad con el prójimo; es decir, que el camino para llegar a Dios y lograr la santidad, comienza con el respeto hacia la vida y la dignidad del otro. Este criterio es el centro de la Ley y los Profetas, el eje que determina nuestra verdadera relación con Dios, el elemento fundamental de la fe, ya que a través de la apertura a los demás, es como ciertamente, somos partícipes de la promesa de salvación dada por Dios a su pueblo.
San Pablo, en la primera carta a los Corintios, considera al ser humano como templo de Dios y morada del Espíritu. Con ello, está diciendo que cada persona, es presencia concreta de Dios en la historia humana. Este templo, del cual habla San Pablo, es la comunidad cristiana de Corinto, en donde la Palabra anunciada, ha sido escuchada y ha surtido efecto. La intención entonces, de San Pablo, es advertir a sus oyentes de los peligros, que acechan ese templo y que amenazan con destruirlo; esos peligros se encarnan en aquellos, que pretenden anular el mensaje de Cristo crucificado, a través de discursos provenientes de la sabiduría humana, que rechazan la vinculación e identificación de Dios con la debilidad humana y la solidaridad de Dios con los marginados de la sociedad. El mensaje de San Pablo, es supremamente importante, pues comprende que el verdadero templo, en donde habita Dios, son las personas, es en la vida de la humanidad, en los hombres y mujeres de todo el mundo, sin distinción de raza, cultura o religión; de esta manera San Pablo, supera la reducción, de la presencia viva de Dios a una construcción, a unas paredes o a un lugar específico de culto. Son las personas el lugar verdadero, donde debemos dar culto a Dios; son las personas, el lugar privilegiado en donde toda nuestra fe, se debe expresar, especialmente con aquellos hombres y mujeres, que, siendo santuarios vivos de Dios, han sido profanados por la pobreza, la violencia y la injusticia social.
El elemento fundamental del proyecto cristiano, es presentado en esta sección del Evangelio de San Mateo, es el amor. Este amor propuesto por Jesús, supera el mandamiento antiguo (Levítico 19, 18), que permite implícitamente el odio al enemigo. Lo supera, porque es un amor, que no se limita a un grupo reservado de personas, a los de mi grupo o los de mi etnia, o a mis compatriotas o a los que me aman; sino que alcanza a los enemigos, a los que parecerían no merecer mi amor o incluso, parecerían merecer mi desamor. Es un amor para todos, un amor universal, expresión propia del amor de Dios que es infinito, que no distingue entre buenos y malos. Ser perfecto, como Dios Padre lo es, significa vivir una experiencia de amor sin límites, es poder construir una sociedad distinta, no fundada en la ley antigua del Talión (ojo por ojo, diente por diente, que ya era una manera primitiva, de limitar el mal de la venganza), sino en la justicia, la misericordia, la solidaridad, enmarcados todos estos valores en el Amor.
Como seres simbióticos que somos, que no podemos vivir nuestra vida aisladamente, sino que incluso, para llegar a ser, necesitamos de la convivencia, la compañía, el diálogo... la dimensión moral, nos es de inevitable abordaje. No podemos convivir sin alimentar y suavizar continuamente, los límites de nuestras relaciones. No hay sociedad humana sin moral, sin derecho, sin ley, sin normas de convivencia. Por su parte, la dimensión religiosa, no podría no incluir esa dimensión esencial.
En el Primer Testamento, vemos que la mayor parte de los mandamientos son negativos, marcando lo que no se puede hacer, los límites que no se deben traspasar. Es, un primer estadío de la moral.
El Evangelio, da un salto hacia adelante. Parecería, no estar preocupado tanto por los límites, cuanto por el pozo sin fondo que hay que llenar, la perfección del amor que hay que alcanzar, lo cual no se consigue simplemente evitando el mal, sino acometiendo el bien. Según el Evangelio, simplemente omitiendo el mal, no estaríamos consiguiendo el bien moral supremo, la santidad, porque podríamos estar pecando por omisión del bien. Y, como dice Santo Tomás, el mandamiento del amor siempre resulta, de algún modo, inasequible, pues nunca podemos dar cuenta plena de él, siempre se puede amar con más entrega, con más generosidad y más profundidad. Es típica del Evangelio, la propuesta del amor a los enemigos, el amor humanamente más inasequible y racionalmente más difícilmente justificable.
No obstante, la propuesta de esta liturgia de la palabra, de una santidad a la que se accedería por el amor, casi como en un acceso privilegiado o casi único, habríamos de adicionarle alguna matización. A la santidad cristiana no se accede, sólo por el amor práctico, por la práctica moral o ética. Es cierto que, en la historia de las religiones, el cristianismo se ha hecho famoso como la religión, que más ha organizado la práctica del amor; y por el hecho, de que su presencia, va acompañada siempre con las obras de caridad (hospitales, escuelas, centros de promoción humana, atención a los pobres, a los excluidos...) que le son características.
¿Pero, bastará el amor? ¿Y, la dimensión espiritual? ¿La espiritualidad, la contemplación, la mística... dónde quedan?
Obviamente, no estamos ante una alternativa amor-caridad/espiritualidad-mística; y muchos grandes santos de la caridad, han sido también grandes místicos. No se trata de una alternativa (o una cosa o la otra), sino de una conjunción necesaria; las dos cosas, una cosa y otra. Porque las dos, se inter-penetran perfectamente. De hecho, el santo también es un contemplativus in caritate, vive la contemplación en el ejercicio de la caridad. La Espiritualidad de la liberación, acuñó la famosa fórmula: contemplativus in liberatione... como un perfecto ensamblaje entre acción y contemplación, práctica moral y mística.
En realidad, cuando se vive la mística, la moral brota espontáneamente. Sin duda, el cristianismo está desafiado, a cambiar su modo de acceder a lo moral, que no ha de ser ya tanto un acceso directo, moralizante, insistiendo en los preceptos y sus amenazas o castigos, cuanto en un acceso indirecto, por la vía de la mística, de la experiencia mística, que no debe dejar de ser la experiencia misma del amor.
El Concilio Vaticano II, abrió un panorama hasta entonces inusitado, el de la universal llamada a la santidad, una santidad que anteriormente, muchos cristianos consideraban reservada, para los profesionales de la santidad (los monjes, los religiosos, el clero...), pero no para el común de los fieles.
Adaptación del texto de la homilía del
Servicio Bíblico Latinoamericano
留言