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Homilía del día domingo, 25 de octubre - 2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 24 oct 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 29 nov 2020

Día del Señor


Tiempo Ordinario – Ciclo A

Trigésimo domingo

25 de octubre – 2020

  • Primera lectura: Éxodo 22, 20-26

Esto dice el Señor, a su pueblo: "No explotes a las viudas ni a los huérfanos, porque si los explotas y ellos claman a mí, ciertamente oiré yo su clamor; mi ira se encenderá, te mataré a espada, tus mujeres quedarán viudas y tus hijos, huérfanos". (Éxodo 22, 21-23)

  • Salmo: 17, 2-4. 47-51

Tú, Señor, eres mi refugio. Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza, el Dios que me protege y me libera. (Salmo 17, 2-3)

  • Segunda Lectura: 1 Tesalonicenses 1, 5-10

San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los tesalonicenses les dice: Hermanos, cuentan, de qué manera tan favorable nos acogieron ustedes y cómo, abandonando los ídolos, se convirtieron al Dios vivo y verdadero para servirlo, esperando que venga desde el cielo su Hijo, Jesús, a quien el resucitó de entre los muertos; y es quien, nos libra del castigo venidero. (1 Tesalonicenses 1, 9-10)

  • Evangelio: San Mateo 22, 34-40

El evangelista San Mateo, proclama que, habiéndose enterado los fariseos, de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se acercaron a él. Uno de ellos, que era doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro ¿Cuál es, el mandamiento más grande de la ley? Jesús, le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo, es semejante a éste: Amarás a tu prójimo, como a ti mismo. En estos dos mandamientos, se fundan toda la ley y los profetas".(Mateo 22, 34-40)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II


 



El mandamiento, más importante de la ley

(Mateo 22)


Jesús, respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente". (Versículo 37)




 

Amarás a tu prójimo como a ti mismo


Amarás al prójimo como a ti mismo. Añadiendo las palabras como a ti mismo, Jesús, nos ha puesto delante de un espejo, al que no podemos mentir; nos ha dado una medida infalible, para descubrir si amamos o no al prójimo. Sabemos muy bien, en cada circunstancia, qué significa amarnos a nosotros mismos y qué querríamos, que los demás hicieran por nosotros. Jesús no dice, nótese bien: Lo que el otro te haga, haces tú a él. Esto sería aún la ley del talión: Ojo por ojo, diente por diente. Dice: lo que tú quisieras que el otro te hiciera, le haces tú a él (Mateo 7, 12), que es muy distinto.


Jesús, consideraba el amor al prójimo, como su mandamiento, en el que se resume toda la Ley. Este es, el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado (Juan 15,12). Muchos identifican al verdadero cristianismo, con el precepto del amor al prójimo; y no están, del todo desencaminados. Pero, debemos intentar ir un poco más allá, de la superficie de las cosas. Cuando se habla del amor al prójimo, el pensamiento va en seguida a las obras de caridad, a las cosas que hay que hacer por el prójimo: darle de comer, de beber, visitarlo; es decir, ayudar al prójimo. Pero, esto es un efecto del amor, no es aún el amor. Antes de la beneficencia, viene la benevolencia; antes que hacer el bien, viene el querer.


La caridad debe ser sin fingimientos, es decir, sincera (literalmente, sin hipocresía) (Romanos 12, 9); si debe amar verdaderamente de corazón (1 Pedro 1, 22). Se puede, de hecho, hacer caridad o limosna por muchos motivos, que no tienen nada que ver con el amor: por quedar bien, por parecer benefactores, para ganarse el paraíso, incluso por remordimientos de conciencia. Mucha caridad, que hacemos a los países del tercer mundo, no está dictada por el amor, sino por el remordimiento. Nos damos cuenta de la diferencia escandalosa, que existe entre nosotros y ellos; y nos sentimos, en parte, responsables de su miseria. ¡Se puede tener poca caridad, también haciendo caridad!


Está claro que, sería un error fatal, contraponer entre sí el amor del corazón y la caridad de los hechos; o refugiarse, en las buenas disposiciones interiores hacia los demás, para encontrar una excusa a la propia falta de caridad actual y concreta. Si encuentras a un pobre hambriento y entumecido de frío, decía Santiago, ¿De qué sirve decir Pobre, ve, caliéntate, come algo, pero no le das nada de lo que necesita? Hijos míos, añade el evangelista San Juan, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad (1 Juan, 3, 18). No se trata, por tanto, de subestimar las obras externas de caridad, sino de hacer que éstas, tengan su fundamento en un genuino sentimiento de amor y benevolencia.

Esta caridad del corazón o interior, es la caridad que todos y siempre podemos ejercer, es universal. No es una caridad que algunos -los ricos y sanos- pueden solamente dar y otros -los pobres y enfermos- pueden solo recibir. Todos podemos hacerla y recibirla. Además, es muy concreta. Se trata de empezar, a mirar con nuevos ojos las situaciones y las personas con las que vivimos. ¿Con qué ojos? Es sencillo: los ojos con que quisiéramos que Dios, nos mirara a nosotros. Ojos de excusa, de benevolencia, de comprensión, de perdón...


Cuando esto sucede, todas las relaciones cambian. Caen, como por milagro, todos los motivos de prevención y hostilidad, que nos impedían amar a cierta persona; y ésta, empieza a parecernos por lo que es en realidad: una pobre criatura humana que sufre, por sus debilidades y límites, como tú, como todos. Es como si la máscara, que todos los hombres y las cosas llevan puesta en el rostro, cayeran y la persona nos apareciera, como lo que es realmente.

Adaptación del texto de la Homilía del

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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