Homilía del día domingo, 26 de enero - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 25 ene 2020
- 4 Min. de lectura
Día del Señor
Tiempo Ordinario – Ciclo A
Tercer domingo
26 de enero – 2020
Primera lectura: Isaías 8, 23. 9, 1-3
El profeta Isaías, proclama que, el pueblo que caminaba en tinieblas, vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció. (Isaías 9, 1)
Salmo: 26, 1. 4. 13-14
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿A quién, voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿Quién, podrá hacerme temblar? El Señor es mi luz y mi salvación. (Salmo 26, 1)
Segunda lectura: I Corintios 1, 10-13. 17
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a la comunidad cristiana que está en Corinto, les dice: Hermanos: Los exhorto, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que todos vivan en concordia y no haya divisiones entre ustedes, a que estén perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo pensar (I Corintios 1, 1-3)
Evangelio: San Mateo 4, 12-23
El evangelista San Mateo, proclama que, al enterarse Jesús de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea; y dejando el pueblo de Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí, para que así se cumpliera, lo que había anunciado el profeta Isaías. (Mateo 4, 12-14)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Fue a vivir a Cafarnaúm, en Galilea
(Mateo 4)
Tierra de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo, que caminaba en tinieblas, vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció (v. 15-16)
Curaba toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo
El pasaje del Evangelio, del tercer domingo del tiempo ordinario, concluye con las palabras: Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Cerca de un tercio del Evangelio, se ocupa de las curaciones obradas por Jesús, durante el breve tiempo de su vida pública. Es imposible, eliminar estos milagros o darles una explicación natural, sin desmembrar todo el Evangelio y hacerlo incomprensible.
Los milagros en el Evangelio, tienen características inconfundibles. Jamás están, para sorprender o para ensalzar, a quien los realiza. Hoy, algunos se dejan encantar, al oír a ciertos personajes, que dicen poseer poderes de levitación, de hacer aparecer o desaparecer objetos y cosas por el estilo. ¿A quién sirve este tipo de milagro, suponiendo que sea tal? A nadie o sólo a uno mismo, para ganar adeptos y dinero.
Jesús, realiza milagros por compasión, porque ama a los demás; hace milagros también, para ayudarles a creer. Obra curaciones, para anunciar que Dios es el Dios de la vida y que al final, junto a la muerte, también la enfermedad será vencida y ya no habrá luto ni llanto.
Jesús, no es el único que sana, sino que ordena a sus apóstoles, al autorizarlos a hacer lo mismo en ausencia de Él: Les envió a anunciar el Reino de Dios y a curar a los enfermos (Lucas 9, 2); Prediquen que el Reino de los cielos está cerca. Curen a los enfermos (Mateo 10, 7 s.). Encontramos siempre, las dos cosas a la vez: predicar el Evangelio y curar a los enfermos. El hombre tiene dos medios, para intentar superar sus enfermedades: la naturaleza y la gracia. Naturaleza indica la inteligencia, la ciencia, la medicina, la técnica; gracia indica el recurso directo a Dios, a través de la fe, la oración y los sacramentos. Estos últimos son los medios, que la Iglesia tiene a disposición, para curar a los enfermos.
Lo malo empieza, cuando se busca una tercera vía: la de la magia, la que hace palanca, en pretendidos poderes ocultos de la persona, que no se basan, ni en la ciencia, ni en la fe. En este caso o estamos ante pura charlatanería o -peor- ante la acción del enemigo de Dios. No es difícil distinguir, cuándo se trata de un verdadero carisma de curación y cuándo, de su falsificación en la magia. En el primer caso, la persona jamás atribuye a poderes propios, los resultados obtenidos, sino a Dios; en el segundo, la gente no hace más que alardear, de sus pretendidos poderes extraordinarios. Cuando por ello, se leen anuncios del tipo: mago tal de no sé quién, llega donde otros fracasan, resuelve problemas de todo tipo, poderes extraordinarios reconocidos, expulsa demonios, aleja el mal de ojo; no hay que dudar ni un instante: en que, estos son grandes engaños. Jesús decía, que los demonios se expulsan con ayuno y oración, ¡no vaciando el bolsillo de la gente!
Pero, debemos hacernos otra pregunta: ¿Y quién, no se cura? ¿Qué pensar? ¿Qué no tiene fe, que Dios no le ama? Si la persistencia de una enfermedad, fuera señal de que una persona carece de fe o del amor de Dios, por ella, habría que concluir que, los santos eran los más pobres de fe y los menos amados de Dios, porque los hay, que pasaron toda la vida postrados. No, la respuesta es otra. El poder de Dios no se manifiesta, sólo de una manera -eliminando el mal, curando físicamente-, sino también, dando la capacidad y a veces hasta el gozo, de llevar la propia cruz con Cristo y completar, lo que falta a sus padecimientos. Cristo redimió también el sufrimiento y la muerte: ya no son signos del pecado, participación en la culpa de Adán, sino instrumentos de redención.
Adaptación del texto de la homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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