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Homilía del día domingo, 26 de julio - 2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 25 jul 2020
  • 4 Min. de lectura

Día del Señor


Tiempo Ordinario – Ciclo A

Decimoséptimo domingo

26 de julio – 2020


  • Primera lectura: 1 Reyes 3, 5. 7-12

El Señor, se le apareció al rey Salomón en sueños y le dijo: "Salomón, pídeme lo que quieras y yo te lo daré". Salomón le respondió: Soy tu siervo y me encuentro perdido, en medio de este pueblo tuyo, tan numeroso, que es imposible contarlo. Por eso te pido, que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal. Pues sin ella, ¿Quién será capaz de gobernar, a este pueblo tuyo tan grande?". (1 Reyes 3, 5. 8-9)

  • Salmo: 118, 57. 72. 76-77. 127-130

Amo, Señor, tus mandamientos, más que el oro purísimo; por eso, tus preceptos son mi guía y odio toda mentira. Yo amo, Señor, tus mandamientos. (Salmo: 85, 127-128)

  • Segunda lectura: Romanos 8, 28-30

San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los romanos les dice: Hermanos: Ya sabemos, que todo contribuye, para bien de los que aman a Dios; de aquellos que han sido llamados por él, según su designio salvador... A quienes predestina, los llama; a quienes llama, los justifica; y a quienes justifica, los glorifica. (Romanos 8, 28. 30)

  • Evangelio: San Mateo 13, 44-52

El evangelista San Mateo, proclama que, Jesús, dijo a sus discípulos: “El Reino de los cielos, se parece a un tesoro, escondido en un campo. El que lo encuentra, lo vuelve a esconder; y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo”. (Mateo 13, 44)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II


 

El tesoro, la perla y la red

(Mateo 13)


"El Reino de los cielos, se parece a un tesoro, escondido en un campo..." (v 44)

 


El tesoro escondido y la perla preciosa


¿Qué quería decir Jesús, con las dos parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa? Más o menos esto: ha sonado la hora decisiva de la historia. ¡Ha llegado a la tierra, el Reino de Dios! En concreto, se trata de Él, de su venida a la tierra. El tesoro escondido, la perla preciosa no es otra cosa que el mismo Jesús. Es como si Jesús, con esas parábolas, quisiera decir: la salvación les ha llegado gratuitamente, por iniciativa de Dios, tomen la decisión, aprovechen la oportunidad, no dejen que se les escape. Es, el tiempo de la decisión.


Me viene a la mente, lo que sucedió, el día en el que acabó la segunda guerra mundial. En la ciudad, los partisanos y los aliados, abrieron los almacenes de provisiones, que había dejado el ejército alemán, al retirarse. En un instante, la noticia llegó a los pueblos del campo y todos corrieron a toda velocidad, para llevarse todas esas maravillas; alguno regresó a casa lleno de mantas, otro con cestas de alimentos.


Creo que Jesús, con esas dos parábolas, quería crear un clima así. Quería decir: ¡Corran, mientras están a tiempo! Hay un tesoro, que les espera gratuitamente, una perla preciosa. No se pierdan, la oportunidad. Sólo que, en el caso de Jesús, lo que está en juego, es infinitamente más serio. Se juega, el todo por el todo. El Reino es lo único, que puede salvar del riesgo supremo de la vida, que es el de perder el motivo, por el que estamos en este mundo.


Vivimos en una sociedad, que vive de seguridades. La gente, se asegura contra todo. En ciertas naciones, se ha convertido en una especie de manía. Se hacen seguros, incluso, contra el riesgo de mal tiempo durante vacaciones. Entre todos, el seguro más importante y frecuente, es el de la vida. Pero, reflexionemos un momento, ¿De qué sirve, este seguro y de qué nos asegura? ¿Contra, la muerte? ¡Claro, que no! Asegura que, en caso de muerte, alguien reciba una indemnización. El Reino de los cielos, es también un seguro de vida y contra la muerte, pero una seguro real, que beneficia no sólo al que se queda, sino también a quien se va, al que muere. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá, dice Jesús. De este modo, se entiende también la exigencia radical, que plantea un negocio como éste: vender todo, dejarlo todo. En otras palabras, estar dispuesto, si es necesario, a cualquier sacrificio. Pero, no para pagar el precio del tesoro y de la perla, que por definición no tienen precio, sino para ser dignos de ellos.


En cada una de las dos parábolas, hay en realidad dos actores: uno evidente, que va, vende, compra; y otro escondido, dado por supuesto. El autor, que es dado por supuesto, es el viejo propietario, que no se da cuenta, de que en su campo hay un tesoro y lo malvende, al primero que se lo pide; es el hombre o la mujer, que poseía la perla preciosa, no se da cuenta de su valor y la cede al primer mercante que pasa, quizá, por una colección de perlas falsas. ¿Cómo no ver en esto, una advertencia que se nos dirige, a quienes malvendemos nuestra fe y nuestra herencia cristiana?


Ahora bien, en la parábola no se dice que un hombre vendió todo lo que tenía y se puso a buscar un tesoro escondido. Sabemos cómo terminan, las historias que comienzan así: uno pierde lo que tenía y no encuentra ningún tesoro. Historias de soñadores, visionarios. No, un hombre encontró un tesoro y por esto vendió, todo lo que tenía para comprarlo. Es necesario, en pocas palabras, haber encontrado el tesoro, para tener la fuerza y la alegría de venderlo todo.


Dejando a un lado, la parábola: hay que encontrar antes a Jesús, encontrarlo de una manera personal, nueva, convencido. Descubrirle como su amigo y salvador. Después, será un juego de niños, venderlo todo. Es algo, que se hará llenos de alegría, como el campesino, del que habla el Evangelio.


Adaptación del texto de la Homilía del

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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