Homilía del día domingo, 28 de junio - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 27 jun 2020
- 4 Min. de lectura
Día del Señor
Tiempo Ordinario – Ciclo A
Decimotercer domingo
28 de junio – 2020
Primera lectura: 2 Reyes 4, 8-11. 14-16
Pasaba Eliseo por la ciudad de Sunem y una mujer distinguida, lo invitó con insistencia, a comer en su casa. Desde entonces, siempre que Eliseo pasaba por ahí, iba a comer a su casa. En una ocasión, ella le dijo a su marido: Yo sé que este hombre, que con tanta frecuencia nos visita, es un hombre de Dios. Vamos a construirle en los altos una pequeña habitación. (2 Reyes 4, 8-10)
Salmo: 88, 2-3. 16-19
Proclamaré sin cesar, la misericordia del Señor; y daré a conocer, que su fidelidad es eterna, pues el Señor ha dicho: Mi amor es para siempre, y mi lealtad, más firme que los cielos. Proclamaré sin cesar, la misericordia del Señor. (Salmo: 88, 2-3)
Segunda lectura: Romanos 6, 3-4. 8-11
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los romanos les dice: Hermanos: Todos los que hemos sido, incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo, hemos sido incorporados a su muerte. En efecto, por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva. (Romanos 6, 3-4)
Evangelio: San Mateo 10, 37-42
El evangelista San Mateo, proclama que, dijo Jesús a sus apóstoles: "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará. Quien los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado". (Mateo 10, 38-40)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Los testigos de Jesús, serán perseguidos
(Mateo 10)
"No es digno de mí, el que no toma su cruz para seguirme" (v 38).
¿Por qué la cruz?
Jesús, en el Evangelio, nos habla de la necesidad, de tomar la propia cruz. Pero ¿Cómo hacer comprender esta palabra, a una sociedad como la nuestra, que opone el placer? Partamos, de una constatación. En esta vida, placer y dolor se suceden con la misma regularidad, con la que a la elevación de una ola en el mar, le sigue una depresión y un vacío capaz de succionar, a quien intenta alcanzar la orilla. El hombre, busca desesperadamente separar, a esta especie de hermanos siameses, de aislar el placer del dolor. A veces se hace ilusiones, de haberlo logrado; pero, por poco tiempo. El dolor está ahí, como una bebida embriagadora que, con el tiempo, se transforma en veneno.
Es el mismo placer desordenado, que se retuerce contra nosotros y se transforma en sufrimiento. Y esto o improvisadamente y trágicamente; o un poco cada vez, en cuanto que, no dura mucho y genera hartura y hastío; es una lección, que nos viene de la crónica diaria, si la sabemos leer; y que, el hombre ha representado en mil formas, en su arte y en su literatura. Un no sé qué de amargo, surge de lo íntimo de cada placer y nos angustia, incluso, en medio de las delicias, escribió el poeta pagano Lucrezio.
El placer, en sí mismo, es engañoso, porque promete lo que no puede dar. Antes de ser saboreado, parece ofrecerte el infinito y la eternidad; pero, una vez que ha pasado, te encuentras con nada en la mano.
La Iglesia, dice tener una respuesta a este, que es el verdadero drama de la existencia humana. Ha habido, desde el inicio, una elección del hombre, hecha posible por su libertad, que le ha llevado a orientar, exclusivamente, hacia las cosas visibles, ese deseo y esa capacidad de gozo, de la que había sido dotado, para que aspirara a gozar, del bien infinito que es Dios. Al placer, elegido contra la ley de Dios y simbolizado por Adán y Eva, que prueban del fruto prohibido; Dios ha permitido, que le siguieran el dolor y la muerte, más como remedio que como castigo. Para que no ocurriera que, siguiendo a rienda suelta su egoísmo y su instinto, el hombre se destruyera del todo a sí mismo y a su prójimo. (¡Hoy, con la droga y las consecuencias de ciertos desórdenes sexuales, vemos cómo es posible destruir la propia vida, por el placer de un instante!). Así al placer, vemos que se le adhiere, como su sombra, el sufrimiento.
Cristo, por fin, ha roto esta cadena. Él, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz (Hebreos 12, 2). Hizo, en resumen, lo contrario de lo que hizo Adán y de lo que hace cada hombre. Resurgiendo de la muerte, Él inauguró un nuevo tipo de placer: el que no precede al dolor, como su causa, sino que le sigue como su fruto; el que halla en la cruz su fuente y su esperanza, de no acabar ni siquiera con la muerte.
Y no sólo el placer puramente espiritual, sino todo placer honesto, también el que el hombre y la mujer experimentan en el don recíproco, en la generación de la vida y al ver crecer a los propios hijos o nietos; el placer del arte y de la creatividad, de la belleza, de la amistad, del trabajo felizmente llevado a término. Todo gozo. La diferencia esencial es que, es el placer en este caso, no el sufrimiento, el que tiene la última palabra.
¿Qué hacer entonces? No se trata, de ir en busca del sufrimiento, sino de acoger con ánimo nuevo, el que hay en la vida. Podemos comportarnos con la cruz, como la vela con el viento. Si lo toma por el lado adecuado, el viento la hincha e impulsa la barca por las olas; si en cambio, la vela se atraviesa, el viento parte el mástil y vuelca todo. Bien tomada la cruz, nos conduce; mal tomada, nos aplasta.
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
Comments