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Homilía del día domingo, 29 de marzo - 2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 28 mar 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 29 mar 2020

Día del Señor


Tiempo de Cuaresma – Ciclo A

Quinto domingo

29 de marzo – 2020


  • Primera lectura: Ezequiel 37, 12-14

El profeta Ezequiel, proclama que, esto dice el Señor Dios: "Pueblo mío, yo mismo abriré sus sepulcros, los haré salir de ellos y los conduciré de nuevo a la tierra de Israel. Les infundiré a ustedes mi espíritu y vivirán, los estableceré en su tierra y ustedes sabrán que yo, el Señor, lo dije y lo cumplí”. (Ezequiel 37, 14)


  • Salmo: 129, 1-8

Como aguarda a la aurora el centinela, aguarda Israel al Señor, porque del Señor, viene la misericordia y la abundancia de la redención; y Él, redimirá a su pueblo, de todas sus iniquidades. Perdónanos, Señor y viviremos. (Salmo: 129, 7-8)


  • Segunda lectura: Romanos 8, 8-11

San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los romanos les dice: Hermanos: Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les dará vida a sus cuerpos mortales, por obra de su Espíritu, que habita en ustedes. (Romanos 8, 11)

  • Evangelio: San Juan 11, 1-45

El evangelista San Juan, proclama que, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. A Marta, Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará”. Marta, respondió: Ya sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. (Juan 11, 1. 17. 23-26)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II



 

La resurrección de Lázaro

(Juan 11)


“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. (v 25)

 



La resurrección del corazón


Los relatos del Evangelio, no existen sólo para ser leídos, sino también para ser vividos. La historia de Lázaro, se escribió para decirnos esto: hay una resurrección del cuerpo y una resurrección del corazón; si la resurrección del cuerpo ocurrirá en el último día, la del corazón sucede o puede hacerlo, cada día.


Este es, el significado de la resurrección de Lázaro, que la liturgia ha querido subrayar, con la elección de la primera lectura de Ezequiel, sobre los huesos secos. El profeta tiene una visión: contempla una inmensa vega de huesos secos y comprende que representan la moral del pueblo, que está abatida. La gente va diciendo: Se ha desvanecido nuestra esperanza, todo se ha acabado para nosotros. A ellos, se dirige la promesa de Dios: He aquí que yo abro sus sepulcros; les haré salir de vuestras tumbas... Infundiré mi espíritu en ustedes y vivirán. En este caso, tampoco se trata de la resurrección final de los cuerpos, sino de la resurrección actual, de los corazones a la esperanza. Aquellos cadáveres, se dice, se reanimaron, se pusieron en pie y eran un enorme, inmenso ejército. Era el pueblo de Israel, que volvía a esperar, tras el exilio.


De todo esto, deducimos algo que sabemos por experiencia: que se puede estar muertos... incluso antes de morir, mientras aún estamos en esta vida. Y no hablo, sólo de la muerte del alma a causa del pecado; hablo también, de aquel estado de total ausencia de energía, de esperanza, de deseo de luchar y de vivir, que no se puede llamar, con nombre más indicado que éste: muerte del corazón.


A todos aquellos, que por las razones más diversas (fracaso matrimonial, traición del cónyuge, perdición o enfermedad de un hijo, ruinas económicas, crisis depresivas, incapacidad de salir del alcoholismo, de la droga) se encuentran en esta situación, la historia de Lázaro debería llegar, como repique de campanas en la mañana de Pascua.


¿Quién puede darnos, esta resurrección del corazón? Para ciertos males, bien sabemos que no hay remedio que valga. Las palabras de aliento, abandonan el terreno que encuentran. También en casa de Marta y María, había judíos, llegados para consolarlas, pero su presencia, no había cambiado nada. Es necesario mandar a llamar a Jesús, como hicieron las hermanas de Lázaro. Invocarle, como hacen las personas, sepultadas por una avalancha o bajo los escombros de un terremoto, que llaman con sus gemidos, la atención de los rescatadores.


Frecuentemente, las personas que se hallan en esta situación, no son capaces de hacer nada, ni siquiera de orar. Están, como Lázaro en la tumba. Se necesita, que otros hagan algo por ellos. En labios de Jesús, encontramos una vez este mandamiento, dirigido a sus discípulos: Curen enfermos, resuciten muertos (Mateo 10, 8). ¿Qué quería, decir Jesús? ¿Que debemos, resucitar físicamente a los muertos? Si así fuera, en la historia se cuentan con los dedos de una mano, los santos que pusieron en práctica, ese mandato de Jesús. No; Jesús se refería, también y sobre todo, a los muertos de corazón, los muertos espirituales. Hablando del hijo pródigo, el padre dice: Estaba muerto y ha vuelto a la vida (Lucas 15, 32). Y no se trataba ciertamente, de muerte física, si había regresado a casa.


Aquel mandato: Resuciten muertos, se dirige por lo tanto, a todos los discípulos de Cristo. ¡También a nosotros! Entre las obras de misericordia, que aprendimos de niños, hay una que dice: enterrar a los muertos; ahora sabemos, que existe también la de resucitar a los muertos.

Adaptación del texto de la Homilía del

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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