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Homilía del día domingo, 30 de agosto - 2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 29 ago 2020
  • 5 Min. de lectura

Día del Señor


Tiempo Ordinario – Ciclo A

Vigesimosegundo domingo

30 de agosto – 2020


  • Primera lectura: Jeremías 20, 7-9

El profeta Jeremías proclama que, por anunciar la palabra del Señor, me he convertido en objeto de oprobio y de burla todo el día. He llegado a decirme: Ya no me acordaré del Señor, ni hablaré más en su nombre. Pero había en mí, como un fuego ardiente, encerrado en mis huesos; yo me esforzaba por contenerlo y no podía. (Jeremías 20, 8-9)

  • Salmo: 62, 2-6. 8-9

Señor, mi alma tiene sed de ti. Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora, como el suelo reseco añora el agua. (Salmo 62, 2)

  • Segunda Lectura: Romanos 12, 1-2

San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los romanos les dice: Hermanos: Por la misericordia, que Dios les ha manifestado; los exhorto, a que se ofrezcan ustedes mismos, como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios; porque en esto consiste, el verdadero culto. (Romanos 12, 1)

  • Evangelio: San Mateo 16, 21-27

El evangelista San Mateo, proclama que, Jesús, dijo a sus discípulos: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”. (Mateo 16, 24-25)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II





 

Jesús, anuncia su pasión

(Mateo 16)


"...El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga." (versículo 24)

 






Quien quiera venir tras de mí, niéguese a sí mismo


En el Evangelio de este domingo, escuchamos a Jesús, que dice: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, coja su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida, por causa mía, la encontrará”.

¿Qué significa negarse a sí mismo? Es más, ¿Por qué, hay que negarse a sí mismo? Conocemos la indignación, que suscitaba en el filósofo Nietzsche, esta exigencia del Evangelio. Comienzo respondiendo, con un ejemplo. Durante la persecución nazi, muchos trenes cargados de hebreos, partían desde todas partes de Europa, hacia los campos de exterminio. Se les convencía, de subir a ellos, con falsas promesas, de llevarlos a lugares mejores, por su bien; mientras que, en cambio, se les llevaba a la destrucción. A veces sucedía, que en alguna parada del convoy, alguien que sabía la verdad, gritaba a escondidas a los pasajeros: bajad, huid. Y alguno, lo conseguía.

El ejemplo es un poco fuerte, pero expresa algo, sobre nuestra situación. El tren de la vida, en el que viajamos, va hacia la muerte. Sobre esto, al menos, no hay dudas. Nuestro yo natural, siendo mortal, está destinado a terminar. Lo que el Evangelio nos propone, cuando nos exhorta, a renegar de nosotros mismos y a bajar de este tren, es subir a otro, que conduce a la vida. El tren, que conduce a la vida, es la fe en Él, que ha dicho: “El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”.

San Pablo, había realizado este trasbordo; y lo describe, así: Ya no soy yo, quien vive, sino que Cristo, vive en mí. Si asumimos el yo de Cristo, nos convertimos en inmortales; porque, el resucitado de la muerte, no muere más. Eso es, lo que significan, las palabras que hemos escuchado hoy: “El que quiera salvar la propia vida, la perderá; pero el que pierda la vida, por mi causa, la encontrara”. Por tanto, está claro, que negarse a sí mismo, no es una operación con la que nos lesionamos y que renunciamos a nosotros mismos; sino, el golpe de audacia más inteligente, que podemos realizar en la vida.

Pero, debemos hacer inmediatamente, una precisión: Jesús, no nos pide renegar de lo que somos, sino de aquello, en lo que nos hemos convertido. Nosotros, somos imagen de Dios, somos por tanto, algo muy bueno, como dijo Dios mismo, en el momento de crear al hombre y la mujer. De lo que tenemos que renegar, no es de lo que Dios ha hecho, sino, de lo que nos hemos hecho nosotros, usando mal nuestra libertad. En otras palabras, las tendencias malas, el pecado; todas esas cosas, que son como incrustaciones posteriores, superpuestas al original.

Hace unos años, se descubrieron en el fondo del mar, a lo largo de las costas jónicas, dos masas informes, que tenían un ligero parecido con cuerpos humanos; y que, estaban recubiertas de incrustaciones marinas. Fueron sacadas a la superficie y limpiadas pacientemente. Hoy, son los famosos Bronces de Riace (estatuas griegas, de gran belleza, que representan a dos varones; y que están datadas, en el siglo V antes de Cristo) custodiados en el museo de Reggio Calabria; y están, entre las esculturas más admiradas de la antigüedad.

Son ejemplos, que nos ayudan a entender, el aspecto positivo que hay, en la propuesta del Evangelio. Nosotros nos parecemos, en el espíritu, a esas estatuas, antes de su restauración. La bella imagen de Dios, que deberíamos ser, está recubierta de siete estratos, que son los siete pecados capitales. Quizás sea conveniente, traerlos a la memoria, por si los hemos olvidado: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. San Pablo, llama a esta imagen desfigurada, imagen terrestre, en oposición a la imagen celeste, que es la semejanza con Cristo.

Negarse a sí mismo, no es por tanto, una operación para la muerte, sino para la vida, para la belleza y para la alegría. Consiste también, en aprender el lenguaje, del verdadero amor. Imagina, decía un gran filósofo del siglo pasado, Kierkegaard, una situación puramente humana: Dos jóvenes, se aman; pero, pertenecen a dos pueblos diversos y hablan dos lenguas completamente diversas. Si su amor, quiere sobrevivir y crecer, es necesario que uno de los dos, aprenda el idioma del otro. En caso contrario, no podrán comunicarse y su amor no durará.

Así, comentaba, sucede entre Dios y nosotros. Nosotros, hablamos el lenguaje de la carne, Él, el del espíritu; nosotros el del egoísmo, Él, el del amor. Negarse a sí mismo, es aprender la lengua de Dios, para poder comunicarnos con Él, pero es también, aprender la lengua, que nos permite comunicarnos entre nosotros. No somos capaces, de decir al otro, empezando por el propio cónyuge, si no somos capaces de decir no a nosotros mismos. Ciñéndonos al ámbito del matrimonio, muchos problemas y fracasos de la pareja, dependen de que el hombre, nunca se ha preocupado de aprender, el modo de expresar el amor de la mujer; y la mujer, el del hombre. También, cuando habla de negarse a sí mismo, el Evangelio, como puede verse, está bastante menos alejado de la vida, de lo que la gente cree.


Adaptación del texto de la Homilía del

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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