Homilía del día domingo, 31 de mayo - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 30 may 2020
- 4 Min. de lectura
Dia del Señor
Tiempo de Ordinario – Ciclo A
Noveno domingo - Solemnidad de Pentecostés
31 de mayo – 2020
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2, 1-11
El día de Pentecostés, todos los discípulos, estaban reunidos en un mismo lugar. De repente se oyó un gran ruido, que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban. Entonces, aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse. (Hechos 1, 6-9)
Salmo: 103, 1. 24. 29-31. 34
Si retiras tu aliento, toda creatura muere y vuelve al polvo. Pero envías tu espíritu, que da vida y renuevas el aspecto de la tierra. Envía, Señor, tu Espíritu, a renovar la tierra. Aleluya. (Salmo 103, 6)
Segunda lectura: 1 Corintios 12, 3-7. 12-13
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los corintios les dice: Hermanos: Nadie puede llamar a Jesús, Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo... Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo; y a todos, se nos ha dado a beber del mismo Espíritu. (Efesios 1, 17. 19-21)
Evangelio: San Juan 20, 19-23
El evangelista San Juan, proclama que, al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban, el Espíritu Santo". (Mateo 28, 16-19)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

El Señor, ha resucitado
(Juan 20)
"Reciban el Espíritu Santo" (v 22).
El poder de lo alto
Todos hemos visto en alguna ocasión, la escena de un coche averiado: adentro está el conductor y atrás, una o dos personas empujando fatigosamente el vehículo, intentando inútilmente, darle la velocidad necesaria para que arranque. Se detienen, se secan el sudor, vuelven a empujar... Y de repente, un ruido, el motor se pone en marcha, el coche avanza y los que lo empujaban, se yerguen con un suspiro de alivio. Es una imagen, de lo que ocurre en la vida cristiana. Se camina a fuerza de impulsos, con fatiga, sin grandes progresos. Y pensar, que tenemos a disposición, un motor potentísimo (¡el poder de lo alto!), que espera sólo que, se le ponga en marcha. La fiesta de Pentecostés, debería ayudarnos a descubrir este motor y cómo ponerlo en movimiento.
El relato de Hechos de los Apóstoles, comienza diciendo: Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De estas palabras deducimos, que Pentecostés preexistía... a Pentecostés. En otras palabras: había ya una fiesta de Pentecostés en el judaísmo y fue durante tal fiesta, que descendió el Espíritu Santo. No se entiende el Pentecostés cristiano, sin tener en cuenta el Pentecostés judío, que lo preparó. En el Antiguo Testamento, ha habido dos interpretaciones de la fiesta de Pentecostés. Al principio, era la fiesta de las siete semanas, la fiesta de la cosecha, cuando se ofrecía a Dios la primicia del trigo; pero sucesivamente; y ciertamente, en tiempos de Jesús, la fiesta se había enriquecido de un nuevo significado: era la fiesta de la entrega de la ley, en el monte Sinaí y de la alianza. Si el Espíritu Santo viene sobre la Iglesia, precisamente el día en que en Israel, se celebraba la fiesta de la ley y de la alianza, es para indicar que el Espíritu Santo es la ley nueva, la ley espiritual que sella la nueva y eterna alianza. Una ley escrita ya no sobre tablas de piedra, sino en tablas de carne, que son los corazones de los hombres. Estas consideraciones suscitan de inmediato, varias interrogantes ¿Vivimos bajo la antigua ley o bajo la ley nueva? ¿Cumplimos nuestros deberes religiosos por constricción, por temor y por costumbre; o en cambio, por convicción íntima y casi por atracción? ¿Sentimos a Dios, como padre o como patrón? Concluyo, con una historia: A principios del XX, una familia del sur de Italia, emigra a los Estados Unidos. Como carecen de suficiente dinero, para pagar las comidas en el restaurante, llevan consigo vianda para el viaje, pan y queso. Con el paso de los días y de las semanas, el pan se endurece y el queso enmohece; en cierto momento, el hijo no lo aguanta más y no hace más que llorar. Entonces sus padres, sacan sus monedas de poco valor que les queda y se la dan, para que disfrute de una buena comida en el restaurante. El hijo va, come y vuelve a sus padres bañado en lágrimas. ¿Cómo? Hemos gastado todo, para pagarte un almuerzo, ¿y sigues llorando? Lloro porque he descubierto, que una comida al día en el restaurante, estaba incluida en el precio, ¡y hemos pasado todo el tiempo a pan y queso! Muchos cristianos, realizan la travesía de la vida a pan y queso, sin alegría, sin entusiasmo, cuando podrían, espiritualmente hablando, disfrutar cada día de todo bien de Dios, todo incluido en el precio de ser cristianos.
El secreto, para experimentar aquello que Juan XXIII, llamaba un nuevo Pentecostés, se llama oración. ¡Es ahí, donde se prende la chispa, que enciende el motor! Jesús, ha prometido que el Padre celestial, dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan (Lucas 11, 13). Entonces, ¡pedir! La liturgia de Pentecostés, nos ofrece magníficas expresiones para hacerlo: Ven, Espíritu Santo... Ven, Padre de los pobres; ven, dador de los dones; ven, luz de los corazones. En el esfuerzo, descanso; refugio en las horas de fuego; consuelo en el llanto. ¡Ven Espíritu Santo!
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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