Homilía del día domingo, 5 de julio - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 4 jul 2020
- 5 Min. de lectura
Día del Señor
Tiempo Ordinario – Ciclo A
Decimocuarto domingo
5 de julio – 2020
Primera lectura: Zacarías 9, 9-10
El profeta Zacarías, proclama que, esto dice el Señor: "Alégrate sobremanera, hija de Sión; da gritos de júbilo, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado en un burrito". (Zacarías 9, 9)
Salmo: 144, 1-2. 8-11. 13-14
El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. Bueno es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus creaturas. Acuérdate, Señor, de tu misericordia. (Salmo: 144, 8-9)
Segunda lectura: Romanos 8, 9. 11-13
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los romanos les dice: Hermanos: no estamos sujetos al desorden egoísta del hombre, para hacer de ese desorden nuestra regla de conducta. Pues, si ustedes viven de ese modo, ciertamente serán destruidos. Por el contrario, si con la ayuda del Espíritu destruyen sus malas acciones, entonces vivirán. (Romanos 8, 12-13)
Evangelio: San Mateo 11, 25-30
El evangelista San Mateo, proclama que, Jesús exclamó: "Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga; y yo, los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. (Mateo 11, 28-30)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Carguen con mi yugo
(Mateo 11)
"Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (vv 29-30).
Lo escondido a los sabios y revelado a los pequeños
El pasaje evangélico de este domingo, una de las páginas más intensas y profundas del Evangelio, se compone de tres partes: una oración (Te alabo, Padre...), una declaración sobre Él mismo (Todo me ha sido dado por mi Padre...) y una invitación (Venid a mí todos los que están afligidos y agobiados...). Me limitaré a comentar el primer elemento, la oración, pues, contiene una revelación de una importancia extraordinaria: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
El mejor comentario a estas palabras de Jesús, lo presenta San Pablo en la primera carta a los Corintios: ¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios, más bien, lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo, ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe, en la presencia de Dios (1 Corintios 1, 26-29).
Las palabras de Cristo y de San Pablo, arrojan una luz particular, para el mundo de hoy. Es una situación, que se repite. Los sabios y los inteligentes, se quedan alejados de la fe, con frecuencia ven con pena, a la muchedumbre de los creyentes que reza, que cree en los milagros, que se agrupa alrededor del Padre Pío. Aunque a decir verdad, no son todos los doctos y quizá ni siquiera la mayoría, pero ciertamente, es la parte más influyente, que tiene a disposición los micrófonos más potentes, la chatting society, como se dice en inglés; la sociedad, que tiene acceso a los grandes medios de comunicación.
Muchos de ellos son personas honestas y sumamente inteligentes; y su posición se debe a la formación, al ambiente, a experiencias de vida; y no tanto, a una resistencia ante la verdad. Por tanto, no se trata de emitir un juicio, sobre estas personas con nombres y apellidos. Yo mismo conozco a algunas de ellas y les tengo una gran estima. Pero esto, no debe impedirnos, descubrir el núcleo del problema. La cerrazón, a toda revelación de lo alto; y por tanto, a la fe, no es causada por la inteligencia, sino por el orgullo. Un orgullo particular, que consiste en el rechazo de toda dependencia y en la reivindicación, de una autonomía absoluta por parte del pensador.
Se esconde, tras la trinchera de la palabra mágica razón, pero en realidad, no es la famosa razón pura, que lo exige, ni una razón soberana, sino una razón esclava, con las alas recortadas. Filósofos, que no pueden ser acusados de falta de inteligencia o de capacidad dialéctica, han escrito: El acto supremo de la razón está en reconocer, que hay una infinidad de cosas que la superan (Pascal). Otro decía: Hasta ahora, siempre se ha dicho esto: Decir que no se puede comprender esto o lo otro, no satisface a la ciencia que quiere comprender. Este, es el error. Hay que decir lo contrario: cuando la ciencia humana no quiere reconocer, que hay algo que no puede comprender o de manera más precisa, algo que con claridad puede comprender que no puede comprender, entonces todo queda trastocado. Por tanto, una tarea del conocimiento humano consiste, en comprender que hay cosas que no puede comprender y descubrir cuáles son estas (Kierkegaard). Quien no reconoce esta capacidad trascendente, pone un límite a la razón y la humilla; no lo hace por tanto el creyente, que lo reconoce.
Lo que he dicho explica el motivo, por el que el pensamiento moderno, después de Nietzsche, ha sustituido el valor de la verdad, por el de la búsqueda de la verdad; y, por tanto, de la sinceridad. En ocasiones, esta actitud se confunde con la humildad (¡hay que contentarse, con el pensamiento débil!) y la actitud, de quien cree en verdades absolutas, se considera presunción, pero es un juicio muy superficial. Mientras la persona está en búsqueda, ella es al protagonista, dirige el juego. Una vez encontrada la verdad, la verdad tiene que subir al trono y el buscador debe inclinarse ante ella y esto, cuando se trata de la Verdad trascendente, cuesta el sacrificio del intelecto.
En este panorama cultural cae, como una provocación a lo que dice Jesús, en el Evangelio de Juan: Yo soy la Verdad, así como lo que dice, en la continuación del pasaje evangélico: Nadie va al Padre sino por mí... Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré. Pero es una invitación, no es un reproche y está dirigido también, a los cansados de buscar sin encontrar nada, a quienes han pasado la vida atormentándose, dando coces cada vez, contra la roca impenetrable del misterio. El psicólogo C.G. Jung, en su libro, dice que todos los pacientes de una cierta edad, a los que había atendido, sufrían de algo que podía llamarse ausencia de humildad y no se curaban, hasta que no lograban una actitud de respeto, por una realidad más grande que ellos, es decir, una actitud de humildad.
Jesús, repite también a tantos inteligentes y sabios honestos, que hay en el mundo de hoy, su invitación llena de amor: Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo les daré ese alivio y esa paz que buscáis en vano en vuestros atormentados razonamientos.
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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