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Homilía del día domingo, 6 de diciembre - 2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 23 dic 2020
  • 5 Min. de lectura

Día del Señor


Tiempo de Adviento – Ciclo B

Segundo domingo

6 de diciembre – 2020

  • Primera lectura: Isaías 40, 1-5. 9-11

El profeta Isaías proclama que, una voz clama: Preparen el camino del Señor en el desierto, construyan en el páramo una calzada para nuestro Dios. Que todo valle se eleve, que todo monte y colina se rebajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane. Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán. (Isaías 40, 3-5)

  • Salmo: 84, 9-14

Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos al Salvador. Cuando el Señor nos muestre su bondad, nuestra tierra producirá su fruto. La justicia le abrirá camino al Señor e irá siguiendo sus pisadas.(Salmo 84, 13-14)

  • Segunda Lectura: 2 Pedro 3, 8-14

San Pedro, apóstol de Jesucristo, dice: Hermanos: Nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con él, sin mancha ni reproche. (2 Pedro 3, 13-14)

  • Evangelio: San Marcos 1, 1-8

El evangelista San Marcos, proclama que, este es el principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. En el libro del profeta Isaías, está escrito: He aquí, que yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar tu camino. Voz, del que clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos. En cumplimiento de esto, apareció en el desierto, Juan el Bautista, predicando un bautismo de arrepentimiento, para el perdón de los pecados (Marcos 1, 1-4)

Lecturas consultadas en:

Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

El Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.

(Marcos 1)


“...Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos". (Versículos 3)

 

Una voz en, el desierto


El segundo domingo de Adviento, está dominado por la figura de Juan el Bautista. En el Evangelio, sobresale esta definición, que él da de sí mismo: Voz del que clama en el desierto: preparen el camino del Señor. Desierto, es una palabra inquietante, en nuestros días. Casi el 33% de la superficie terrestre, está ocupada por desierto. Y la proporción va en pavoroso aumento, a causa del fenómeno de la deforestación y las malas practicas de cultivo. Cada año, cientos de miles de hectáreas de terreno cultivable, se convierten en desierto. Cerca de 135 millones de personas, se han visto alejadas de su sede natural, en los últimos años, por el desierto que avanza.

Pero, existe otro desierto; no afuera, sino dentro de nosotros; no en los márgenes de nuestras ciudades, sino dentro de ellas. Es el agostamiento de las relaciones humanas, la soledad, la indiferencia, el anonimato. El desierto, es el lugar donde si gritas nadie te oye; si yaces en tierra acabado, nadie se te acerca; si una feroz bestia te asalta, nadie te defiende; si experimentas un gran gozo o una gran pena, no tienes a nadie con quien compartirla. ¿Y, no es esto, lo que les ocurre a muchos, en nuestras ciudades? Si nos agitamos y gritamos ¿No es también, un gritar en el desierto?

Pero desierto, aún más peligroso, es el que cada uno de nosotros, lleva dentro. Justamente, el corazón puede transformarse en un desierto: árido, apagado, sin afectos, sin esperanza, lleno de arena. ¿Por qué muchos, no logran despegarse del trabajo, apagar el móvil, la radio, el compact disc...? Tienen miedo, de hallarse en el desierto. La naturaleza, se dice, tiene horror del vacío (horror vacui), pero también el hombre, rehuye el vacío. Si nos examinamos honestamente, veremos cuántas cosas hace cada uno de nosotros, para no encontrarse solo, cara a cara consigo mismo y con la realidad.

Cuanto más aumentan los medios de comunicación, más disminuye la verdadera comunicación. Se acusa a la televisión, de haber apagado el diálogo de la familia; y a veces, esto es verdad. Pero, debemos admitir que la televisión, viene a menudo, a llenar un vacío que ya está ahí.

El Evangelio, hemos oído, habla de una voz, que un día resonó en el desierto. Proclamaba, una gran noticia: En medio de vosotros hay uno al que no conocen, uno que viene detrás de mí, a quien no soy digno de desatar la correa de las sandalias. Juan Bautista, anuncia la llegada a la tierra del Mesías, con palabras sencillas, se diría como campesino (la correa de las sandalias, la era, el aventador, el grano), ¡pero qué eficaces! Él recibió, la inmensa tarea de sacudir al mundo del sopor, de despertarle del gran sueño. Cuando una espera se prolonga, nace el cansancio, si, avanza por fuerza de inercia. La idea, de que algo pueda cambiar y llegar verdaderamente lo esperado, parece cada vez más imposible (quien lo haya visto, recuerde el bellísimo Esperando a Godot, de Samuel Beckett). De esta espera se habló, durante siglos, en términos vagos y remotos: En aquellos días...; en los últimos días... Y he aquí, que ahora se adelanta un hombre y con seguridad proclama: Aquél día, es este día. La hora decisiva, ha llegado. Él apunta el índice, resuelto hacia una persona y exclama: ¡He ahí el Cordero de Dios, el que bautizará al mundo en Espíritu Santo! (Juan 1, 29. 33). ¡Qué estremecimiento, debió recorrer a los que escuchaban!

El modo con el que Jesús, hará florecer el desierto, es precisamente el de bautizarlo, con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, es el amor personificado y el amor, es la única lluvia, que puede detener la progresiva desertificación espiritual, de nuestro planeta.

Debemos prestar atención también, a un hecho alentador. Si nuestra sociedad, se parece tan frecuentemente a un desierto, en cambio, es verdad, que en este desierto, el Espíritu está haciendo florecer muchas iniciativas, como igualmente oasis. Se han desarrollado, en estos años, decenas y decenas de asociaciones, cuyo objetivo es romper el aislamiento, recoger las muchas voces, que gritan en el desierto de nuestras ciudades. Tienen diversos nombres: teléfono de la esperanza, voz amiga, mano tendida, teléfono amigo, teléfono verde, teléfono azul. Millones y millones, de llamadas al año. Son voces de personas solas, desesperadas, presas de problemas mayores que ellas. No buscan dinero (éste, no pasa a través del hilo telefónico), sino algo distinto; una voz amiga, una razón de esperanza, alguien con quien comunicarse. En la otra punta del hilo, hay miles de voluntarios que escuchan, intentan dar un poco de calor humano; y, si son creyentes, de ayudar a las personas a orar, a ponerse en contacto con Dios, que a menudo es lo que ayuda más.


Aunque no pertenezcamos a ninguna de estas asociaciones, todos podemos hacer, en nuestra limitación, algo de lo que hacen ellos. Teléfono, para empezar, tenemos todos. No esperemos siempre, a que suene para percatarnos, de que hay alguien, que necesita de nosotros y tal vez no lejos. Especialmente, con la proximidad de la Navidad.


Adaptación del texto de la Homilía del

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión del Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón

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