Homilía del día domingo, 8 de diciembre - 2019
- Eduardo Ibáñez García
- 7 dic 2019
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 12 may 2021
Día del Señor
Tiempo de Adviento – Ciclo A
Segundo domingo
8 de diciembre – 2019
Primera lectura: Isaías 11, 1-10
El profeta Isaías, proclama que, aquel día, saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces -y lo inspirará el temor del Señor-. Él no juzgará según las apariencias, ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres del país. (Isaías 11, 1-4)
Salmo: 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17
Que en sus días florezca la justicia y abunde la paz, mientras dure la luna; que domine de un mar hasta el otro, y desde el Río hasta los confines de la tierra. Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente. (Salmo 71, 1-4)
Segunda lectura: Romanos 15,4-9
San Pablo apóstol, a los Romanos les dice, Hermanos: les aseguro, que Cristo se hizo servidor de los judíos, para confirmar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas, que él había hecho a nuestros padres; y para que los paganos, glorifiquen a Dios, por su misericordia. (Romanos 15, 8-9)
Evangelio: San Mateo 3, 1-12
El evangelista San Mateo, proclama que, Juan Bautista se presentó, proclamando en el desierto de Judea: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca. Éste es, el que anunció el profeta Isaías diciendo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. (Mateo 3, 42)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II
Una voz en el desierto
Es un camino en el desierto, es convertirse, es enderezar las sendas del Señor: y este mandato, presupone una amarga realidad: el hombre, es como una ciudad invadida por el desierto; está cerrado en sí mismo, en su egoísmo; es como un castillo con un foso alrededor y los puentes alzados. Peor aún, el hombre, ha complicado sus sendas con el pecado y ahí se ha quedado, seducido, como en un laberinto.
Dios traza la senda y es tarea nuestra secundar su acción, recordando que quien nos ha creado sin nosotros, no nos salva sin nosotros.
En el Evangelio, del segundo domingo de Adviento, no nos habla directamente Jesús, sino su precursor, Juan el Bautista. El corazón, de la predicación del Bautista, se contiene en esa frase de Isaías, que repite a sus contemporáneos con gran fuerza: Voz del que grita en el desierto: preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas. Isaías, a decir verdad, expresaba: Una voz clama: en el desierto abran camino al Señor (Isaías 40, 3). No es por lo tanto, una voz en el desierto, sino un camino en el desierto. Los evangelistas, aplicando el texto al Bautista, que predicaba en el desierto de Judea, han modificado la puntuación, pero sin cambiar el sentido del mensaje.
Jerusalén, era una ciudad rodeada por el desierto: a Oriente, los caminos de acceso, en cuanto se trazaban, fácilmente desaparecían por la arena, que mueve el viento; mientras que a Occidente, se perdían entre las asperezas del terreno hacia el mar. Cuando una comitiva o un personaje importante, debía llegar a la ciudad, era necesario salir y caminar por el desierto, para abrir una vía menos provisional; se cortaban las zarzas, se colmaban las hondonadas, se allanaban los obstáculos, se reparaba un puente o un paso. Así se hacía, por ejemplo, con ocasión de la Pascua, para acoger a los peregrinos, que llegaban de la Diáspora. En este dato, de hecho, se inspira Juan el Bautista. Está a punto de llegar, clama, uno que está por encima de todos, el que debe venir, el que esperan las gentes: es necesario trazar una senda en el desierto, para que pueda llegar.
Pero he aquí, el salto de la metáfora a la realidad: este sendero no se traza sobre el terreno, sino en el corazón de cada hombre; no se traza en el desierto, sino en la propia vida. Para hacerlo, no es necesario, ponerse materialmente al trabajo, sino convertirse: Enderezar las sendas del Señor: este mandato, presupone una amarga realidad: el hombre, es como una ciudad invadida por el desierto; está cerrado en sí mismo, en su egoísmo; es como un castillo con un foso alrededor y los puentes alzados. Peor aún, el hombre, ha complicado sus sendas con el pecado y ahí se ha quedado, seducido, como en un laberinto.
Isaías y Juan el Bautista, hablan metafóricamente de precipicios, de montes, de pasos tortuosos, de lugares impracticables. Basta con llamar estas cosas, por sus verdaderos nombres, que son orgullo, vejaciones, violencias, codicias, mentiras, hipocresía, impudicias, superficialidades, ebriedades de todo tipo (se puede estar ebrio, no sólo de vino o de drogas, sino también, de la propia belleza, de la propia inteligencia o de uno mismo ¡que es la peor ebriedad!).
Entonces, se percibe inmediatamente, que el discurso también es para nosotros; es para cada hombre, que en esta situación desea y espera, la salvación de Dios.
Enderezar un sendero para el Señor, tiene por lo tanto, un significado concretísimo: significa, emprender la reforma de nuestra vida, convertirse. En sentido moral, lo que hay que allanar y los obstáculos que hay que retirar, son el orgullo -que lleva a ser despiadado, sin amor hacia los demás-, la injusticia -que engaña al prójimo, tal vez aduciendo pretextos de resarcimiento y de compensación para acallar la conciencia-, por no hablar de rencores, venganzas, traiciones en el amor. Son hondonadas a colmar la pereza, la incapacidad de imponerse un mínimo esfuerzo y todo pecado de omisión.
La Palabra de Dios, jamás nos aplasta, bajo una mole de deberes, sin darnos al mismo tiempo, la seguridad de que Él, nos brinda lo que nos manda hacer. Dios, dice Baruc: ha ordenado, que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos; y colmados los valles, hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro, bajo la gloria de Dios (Baruc 5, 7). Dios allana, Dios colma, Dios traza la senda; es tarea nuestra secundar su acción, recordando que quien nos ha creado sin nosotros, no nos salva sin nosotros.
Adaptación del texto de la
Homilía del P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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