Homilía del día domingo, 8 de marzo - 2020
- Eduardo Ibáñez García
- 7 mar 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 23 mar 2020
Día del Señor
Tiempo de Cuaresma – Ciclo A
Segundo domingo
8 de marzo – 2020
Primera lectura: Génesis 12, 1-4
El Señor, dijo a Abrám: "Deja tu tierra natal y la casa de tu padre; y ve al país, que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición". (Génesis 12, 1-2)
Salmo: 32, 4-5. 18-20. 22
Nosotros aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. (32, 20. 21)
Segunda lectura: 2 Timoteo 1, 8-10
San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a Timoteo le dice: Querido hermano: Toma parte, en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo. (2 Timoteo 1, 8-9)
Evangelio: San Mateo 17, 1-9
El evangelista San Mateo, proclama que, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan; y se los llevó aparte, a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol; y sus vestidos, se volvieron blancos como la luz. (Mateo 17, 1-2)
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

La transfiguración del Señor Jesús
(Mateo 17)
Jesús, tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan; y los llevó aparte, a un monte alto. A la vista de ellos, su aspecto cambió completamente: su cara brilla como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz.
(vs, 1-2)
¿Qué significó la transfiguración, para los tres discípulos que la presenciaron? Hasta entonces, habían conocido a Jesús en su apariencia externa, un hombre no distinto a los demás, de quien conocían su procedencia, sus costumbres, su tono de voz... Ahora conocen a otro Jesús, al verdadero Jesús, al que no se consigue ver con los ojos de todos los días, a la luz normal del sol; sino que es fruto de una revelación imprevista, de un cambio, de un don.
Para que las cosas cambien, también para nosotros, como para aquellos tres discípulos en el Tabor, es necesario, que suceda en nuestra vida, algo semejante a lo que ocurre a un chico o a una chica, cuando se enamoran. En el enamoramiento, el otro, el amado, que antes era uno de tantos; o tal vez, un desconocido, de golpe se convierte en único, el único que interesa en el mundo. Todo lo demás retrocede y se sitúa en un fondo neutro. No se es capaz, de pensar en otra cosa. Sucede, una auténtica transfiguración. La persona amada se contempla, como en un halo luminoso. Todo aparece bello en ella, hasta los defectos. Si acaso, se siente indignidad hacia ella. El amor verdadero, genera humildad. Algo cambia también, concretamente hasta en los hábitos de vida. He conocido a chicos, a quienes por la mañana, sus padres, no lograban sacar de la cama para ir al colegio; si se les encontraba un trabajo, en poco tiempo lo abandonaban; o bien descuidaban los estudios, sin llegar a licenciarse nunca... Después, cuando se han enamorado de alguien y se han hecho novios, por la mañana saltan de la cama, están impacientes por finalizar los estudios, si tienen un trabajo lo cuidan mucho. ¿Qué ha ocurrido? Nada, sencillamente, lo que antes hacían por constricción, ahora lo hacen por atracción. Y la atracción es capaz de hacer cosas, que ninguna constricción logra; pone alas a los pies. Cada uno, decía el poeta Ovidio, es atraído por el objeto del propio placer.
Algo por el estilo, decía, debería suceder una vez en la vida, para ser verdaderos cristianos, convencidos, gozosos se serlo. ¡Pero a la chica o al chico se le ve, se toca! Respondo: también a Jesús se le ve y se le toca, pero con otros ojos y con otras manos: del corazón, de la fe. Él está resucitado y está vivo. Es un ser concreto, no una abstracción, para quien ha tenido esta experiencia y este conocimiento. Más aún, con Jesús, las cosas van incluso mejor. En el enamoramiento humano hay artificio, atribuyendo al amado, cualidades de las que tal vez carece y con el tiempo frecuentemente, se está obligado a cambiar de opinión. En el caso de Jesús, cuanto más se le conoce y se está a su lado, más se descubren nuevos motivos, para estar enamorados de Él y seguros de la propia elección.
Esto no quiere decir que, hay que estar tranquilos y esperar, también con Cristo, el clásico flechazo. Si un chico o una chica, pasa todo el tiempo, encerrado en casa sin ver a nadie, jamás sucederá nada en su vida. ¡Para enamorarse, hay que frecuentarse! Si uno está convencido o sencillamente, comienza a pensar, que tal vez conocer a Jesús, de este modo distinto, trasfigurado, es bello y vale la pena, entonces es necesario, que empiece a frecuentarlo, a leer sus escritos. ¡Sus cartas de amor, son el Evangelio! Es ahí donde Él se revela, se transfigura. Su casa es la Iglesia: es ahí donde se le encuentra.
Adaptación del texto de la Homilía del
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
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