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Homilía del día domingo, 8 de noviembre - 2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 4 dic 2020
  • 4 Min. de lectura

Día del Señor


Tiempo Ordinario – Ciclo A

Trigesimosegundo domingo

8 de noviembre – 2020

  • Primera lectura: Sabiduría 6, 12-16

Radiante e incorruptible es la sabiduría; con facilidad la contemplan quienes la aman y ella se deja encontrar por quienes la buscan y se anticipa a darse a conocer a los que la desean. (Sabiduría 6, 12)

  • Salmo: 62, 2-8

Señor, mi alma tiene sed de ti. Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora, como el suelo reseco añora el agua. (Salmo 62, 2-8)

  • Segunda Lectura: 1 Tesalonicenses 4, 13-18

San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los tesalonicenses les dice: Hermanos, No queremos que ignoren, lo que pasa con los difuntos, para que no vivan tristes, como los que no tienen esperanza. Pues, si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que mueren en Jesús, Dios los llevará con él. (1 Tesalonicenses 4, 13-14)

  • Evangelio: San Mateo 25, 1-13

El evangelista San Mateo, proclama que, Jesús, dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos, es semejante a diez jóvenes que, tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo… A medianoche se oyó un grito: ¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro! Se levantaron entonces, todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas… (Mateo 25, 1. 6-7)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

Parábola de las diez jóvenes (Mateo 25)

“¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!" (Versículo 37).


 

Uno solo es el Maestro


En aquel tiempo, Jesús, dijo a sus discípulos esta parábola: El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes que, tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó un grito: ¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro! Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas... Al comentar la parábola de las diez vírgenes, no queremos insistir tanto, en lo que diferencia a las muchachas (cinco son previsoras y cinco descuidadas), sino más bien, en lo que les une: todas, están saliendo al encuentro del esposo. Esto nos permite reflexionar, sobre un aspecto fundamental de la vida cristiana, su orientación escatológica; es decir, la espera del regreso del Señor y nuestro encuentro con Él. Nos ayuda a responder a la eterna e inquietante pregunta: ¿Quiénes somos y adónde vamos?

La Escritura dice, que en esta vida somos peregrinos forasteros, somos párrocos, pues paróikos, es la palabra del Nuevo Testamento, que se traduce como peregrino y forastero (1 Pedro 2, 11), como paroikía (parroquia), es la traducción de peregrinación o exilio (1 Pedro 1, 17). El sentido es claro: en griego, pará, es un adverbio y significa junto; oikía es un sustantivo y significa casa; por tanto, vivir junto, cerca, no dentro, sino a un lado. Por este motivo, el término pasa a indicar después, a quien vive en un puesto durante un tiempo, el hombre de paso, o el exiliado; paroikía indica, por tanto, una casa provisional. La vida de los cristianos, es una vida de peregrinos y forasteros, pues están en el mundo, pero no son del mundo (Juan 17, 11. 16); pues su verdadera patria, está en los cielos, de donde esperan que venga Jesucristo el Salvador (Filipenses 3, 20); pues aquí no tienen una morada estable, sino que están en camino hacia la futura (Hebreos 13, 14). Toda la Iglesia, no es más que una gran parroquia. La Carta a Diogneto, del siglo II, define a los cristianos, como hombres que habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria y toda patria les es extraña. Se trata, sin embargo, de una manera especial de ser extranjero. Algunos pensadores de la época, también definían al hombre extranjero en el mundo por naturaleza. Pero, la diferencia es enorme; éstos consideraban el mundo como obra del mal; y, por ello, no recomendaban el compromiso con el que se expresa en el matrimonio, en el trabajo, en el Estado. En el cristiano, no hay nada de todo esto. Los cristianos, dice la Carta, se casan como todos y engendran hijos, participan en todo.

Su manera de ser extranjero, es escatológica, no ontológica; es decir, el cristiano se siente extranjero por vocación, no por naturaleza; en cuanto que, está destinado a otro mundo y no en cuanto que, procede de otro mundo. El sentimiento cristiano, de reconocerse extranjero, se fundamenta en la resurrección de Cristo, con base en la Escritura: Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba (Colosenses, 3, 1). Por eso, no rechaza la creación, ni su bondad fundamental.

En los últimos tiempos, el redescubrimiento del papel y del compromiso de los cristianos en el mundo, ha contribuido a atenuar el sentido escatológico, hasta el punto de que, ya casi no se habla de los novísimos: muerte, juicio, infierno y paraíso. Por tanto, cuando la espera en el regreso del Señor, es genuinamente bíblica, no distrae del compromiso por los hermanos; más bien, lo purifica; enseña a juzgar con sabiduría los bienes de la tierra, orientándonos siempre, hacia los bienes del cielo. San Pablo, después de haberles recordado a los cristianos, que el tiempo es breve, concluye diciendo: Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe (Gálatas 6,10).


Vivir en espera del regreso del Señor, no significa ni siquiera desear morir pronto. Buscar las cosas de arriba, significa más bien, orientar la existencia de cara al encuentro con el Señor, hacer de este acontecimiento, el polo de atracción, el faro de la vida. El cuándo, es secundario y hay que dejarlo, a la voluntad de Dios.


Adaptación del texto de la Homilía del

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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