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Homilía del día domingo, 9 de febrero - 2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 8 feb 2020
  • 4 Min. de lectura

Día del Señor


Tiempo Ordinario – Ciclo A

Quinto domingo

9 de febrero – 2020


  • Primera lectura: Isaías 58, 7-10

El profeta Isaías, proclama que, esto dice el Señor: "Comparte tu pan con el hambriento, abre tu casa al pobre sin techo, viste al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano. Entonces, surgirá tu luz como la aurora y cicatrizarán de prisa tus heridas; te abrirá camino la justicia y la gloria del Señor, cerrará tu marcha". (Isaías 58, 7-8)

  • Salmo: 111, 4-9

Quien es justo, clemente y compasivo, como una luz en las tinieblas brilla. Quienes, compadecidos, prestan y llevan su negocio honradamente, jamás se desviarán. El justo brilla, como una luz en las tinieblas. (Salmo 111, 4-5)

  • Segunda lectura: I Corintios 2, 1-5

San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a la comunidad cristiana que está en Corinto, les dice: Hermanos: cuando llegué a la ciudad de ustedes, para anunciarles el Evangelio, no busqué hacerlo mediante la elocuencia del lenguaje o la sabiduría humana, sino que resolví, hablarles de Jesucristo crucificado. (I Corintios 2, 1-2)

  • Evangelio: San Mateo 5, 13-16

El evangelista San Mateo, proclama que, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes, son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿Con qué, se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle, para que la pise la gente". (Mateo 5, 13)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II


 

Comparte tu pan con el hambriento...

(Isaías 58, 7)


Sal y luz

Ustedes son la sal de la tierra... Ustedes son la luz del mundo... (Mateo 5, 13-14)

 

Las lecturas de hoy, tienen como tema central la justicia de Dios, expresada plenamente, en el amor misericordioso para con el prójimo.


El relato que leemos del profeta Isaías, se enmarca en el contexto del ayuno, en donde se realiza una fuerte crítica al pueblo de Israel, por sus prácticas religiosas desarticuladas de la fe y la justicia con los pobres. El profeta, llama a realizar el verdadero culto a Yahvé, ligado íntimamente con la justicia y la misericordia. Las prácticas religiosas deben salir del corazón y deben dar como fruto una verdadera justicia social, concretizada en el compartir del pan con el hambriento, en la solidaridad con los que sufren, en preocuparse visceralmente por los hermanos pobres; pues en ellos, en los abatidos, en los mal vistos, es donde el mismo Dios se revela; es en ellos donde la luz de Dios se hace presente; es donde el Dios de Israel verdaderamente habita.


En relación con lo anterior, San Pablo, expresa a los corintios, que el misterio de Dios anunciado por él, no se fundamenta en la sabiduría humana, sino en el mismo Señor crucificado, lo cual significa, que es Dios quien ha actuado en San Pablo y en la comunidad. Es relevante, que San Pablo se refiera a la cruz de Cristo, como el elemento esencial de su predicación. Con ello, quiere hacer presente el verdadero rostro de Dios, que se revela no a los sabios ni a los poderosos, sino a los más vulnerables de la sociedad. De ahí que, el anuncio de la Palabra transformadora de Dios, no pertenezca al mundo de la sabiduría humana, sino a la fuerza salvífica del Espíritu de Dios; es decir, que la fe y su debido comportamiento moral, sintetizado en la justicia y en la misericordia, sea una iniciativa exclusiva de Dios, una acción liberadora que penetra en el corazón del ser humano y que lo empuja a actuar, de una manera coherente con la Palabra escuchada. Por tanto, el anuncio del misterio de Dios, realizado por San Pablo a la comunidad griega de Corinto, es su propia experiencia de Cristo; lo que realmente anuncia, es la vivencia de ese mensaje.


El evangelio de hoy, de San Mateo, expresa cuál es la misión de los creyentes de todos los tiempos: ser sal y luz para el mundo. Tanto la sal como la luz, son elementos necesarios en la vida cotidiana de las familias. La sal da sabor a las comidas, conserva los alimentos, purifica; en la antigua Palestina, servía para encender y mantener el fuego de los hornos de tierra. Por su parte, como es sabido, la luz disipa las tinieblas, ilumina y orienta a las personas; es la metáfora perfecta que emplea el Antiguo Testamento, para hacer referencia a Dios; y es la tarea de los profetas y en especial la del Mesías: ser luz de las naciones (Isaías 42, 6). Sal y luz, entonces, hablan de la tarea del seguidor fiel de Jesús: Expresar la fe, su integración con el proyecto de Dios, a través del testimonio de vida, de las buenas obras y de los buenos frutos; tiene la misión de mantener el sabor y la luminosidad de la Palabra de Dios, en todo tiempo y lugar del mundo; empresa que únicamente se logra, por medio de una conciencia plena, de la necesidad de fomentar en la comunidad mundial la justicia y la solidaridad entre los hermanos.


¿Y cuando la Iglesia no es luz del mundo, sino que también aporta oscuridad, el pecado de sus fieles y hasta de sus sacerdotes; y la falta de renovación, para ser sal de la tierra? También, hay que preguntarse eso. Porque la frase del Evangelio, no es una declaración dogmática, que nos haga inmunes al mal... El mal y el pecado, también se adentran en nuestras vidas y en la del colectivo eclesial; y hace falta coraje para verlo, para reconocerlo y para combatirlo. Combatir el mal, también, cuando lo vemos dentro de nuestra propia Iglesia, es un deber. No es mayor amor, el de quien prefiere callar... Ciertamente, que la denuncia del mal de la Iglesia, tiene que ser por amor, pero un amor probablemente conflictivo, que encontrará resistencias. Pero el amor, no es capaz de callar de forma cómplice, cuando se siente, en la obligación de combatir el mal, precisamente por amor.


Adaptación del texto de la homilía del

Servicio Bíblico Latinoamericano

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