Jesús, quiso tener una Madre. Viernes, 17 de de septiembre 2021 (Reflexión)
- Eduardo Ibáñez García
- 16 sept 2021
- 3 Min. de lectura
Tiempo ordinario II – Ciclo B
Vigesimocuarta semana
Viernes, 17 de septiembre 2021
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo. Amen
Oración:
Dios todopoderoso y eterno, que en la superabundancia de tu amor, sobrepasas los méritos y aun los deseos, de los que te suplican, derrama sobre nosotros, tu misericordia, para que libres nuestra conciencia, de toda inquietud y nos concedas, aun, aquello que no nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo... Amén.
Primera lectura: 1 Timoteo 6, 2-12
San Pablo, apóstol de Jesucristo, por disposición de Dios; a Timoteo, le dice: Hermano: Quien enseña doctrinas diferentes y no se atiene a las palabras de salvación de Jesucristo, nuestro Señor y a lo que enseña la religión verdadera, es un orgulloso e ignorante... Y lo único que nace de todo ello, son envidias y continuos altercados, propios de hombres de mente depravada… Tú, en cambio, como hombre de Dios, evita todo eso y lleva una vida de rectitud. Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que has sido llamado y de la que hiciste, tan admirable profesión, ante numerosos testigos (1 Timoteo 6, 3-5. 11-12).
Salmo: 48, 6-9. 17-20
Dichosos, los pobres de espíritu. Nadie puede, comprar su propia vida, ni por ella pagarle a Dios, rescate. No hay dinero capaz, de hacer que alguno, de la muerte se escape (Salmo: 48, 8-9).
Evangelio: San Lucas 8, 1-3
El evangelista San Lucas, proclama que, Jesús, comenzó a recorrer ciudades y poblados, predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban, los Doce y algunas mujeres, que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes (Lucas 8, 1-3).
Lecturas consultadas en:
Id y enseñad,
La Biblia Latinoamérica,
La Biblia de las Américas y
Nuevo Misal del Vaticano II

Jesús, quiso tener una Madre
María Santísima y elevó así, a la mujer a la cumbre más alta y admirable de la dignidad, Madre de Dios encarnado ¡Por eso, ustedes, mujeres cristianas! deben anunciar, como María Magdalena y las otras mujeres, del Evangelio; deben testimoniar, que Cristo ha resucitado verdaderamente, que Él, es nuestro verdadero y único consuelo.
Es particularmente conmovedor, meditar en la actitud de Jesús, hacia la mujer: se mostró audaz y sorprendente para aquellos tiempos, cuando, en el paganismo, la mujer era considerada objeto de placer, de mercancía y de trabajo; y, en el judaísmo, estaba marginada y despreciada.
Jesús, mostró siempre, la máxima estima y el máximo respeto por la mujer, por cada mujer; y en particular, fue sensible, hacia el sufrimiento femenino.
Traspasando las barreras religiosas y sociales del tiempo, Jesús, restableció a la mujer, en su plena dignidad de persona humana, ante Dios y ante los hombres. ¿Cómo no recordar, sus encuentros con Marta y María, con la Samaritana, con la viuda de Naín, con la mujer adúltera, con la hemorroisa, con la pecadora, en casa de Simón el fariseo? El corazón vibra de emoción, al sólo enumerarlos.
Y cómo no recordar, sobre todo, que Jesús quiso asociar algunas mujeres a los Doce, que le acompañaban y servían; y fueron su consuelo, durante la vía dolorosa, hasta el pie de la cruz. Y después de la resurrección, Jesús, se apareció a las piadosas mujeres y a María Magdalena, encargándole anunciar a los discípulos, su resurrección.
Deseando encarnarse y entrar en nuestra historia humana, Jesús, quiso tener una Madre, María Santísima; y elevó así, a la mujer a la cumbre más alta y admirable de la dignidad, Madre de Dios encarnado, Inmaculada, Asunta, Reina del cielo y de la tierra ¡Por eso, ustedes, mujeres cristianas, deben anunciar, como María Magdalena y las otras mujeres, del Evangelio, deben testimoniar, que Cristo ha resucitado verdaderamente, que Él, es nuestro verdadero y único consuelo! Tengan, pues, cuidado de su vida interior.
Adaptación del texto de
San Juan Pablo II (1920-2005)
Papa
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