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La obediencia a Dios, en la vida cristiana (1) T-20. 11-01-2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 10 ene 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 11 ene 2020

Nota del editor:

Estimado lector, este tema tan importante, para todos los que seguimos, el ejemplo de obediencia de Jesús, se le estará proporcionando en cinco partes consecutivas; les sugiero no perderselas, pues el autor de las mismas, el Padre Raniero Cantalamessa, es un enorme conocedor de la Palabra del Señor y escribe de la forma más sencilla y agradable, que lo hace sentirse como el protagonista de cada lectura. Mi estilo de vida cristiano ha cambiado, a consecuencia de sus mensajes, iluminados por el Espíritu de Dios. Amén.

 

El sacrificio de Isaac

(Génesis 22)

Abraham, toma al único hijo que tienes, Isaac al que amas; me lo ofrecerás en holocausto... no toques al niño, ni le hagas nada, pues ahora veo que temes a Dios. (v. 2. 12)

 

He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad.


Que todos, se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad, que no provenga de Dios y las que hay, han sido constituidas por Dios. De modo que, quien se opone a la autoridad, resiste a la disposición de Dios (Romanos 13, 1)


Debemos descubrir la obediencia esencial, de la que brotan todas las obediencias especiales, incluida la debida a las autoridades civiles.


Tratemos de conocer, la naturaleza de ese acto de obediencia, sobre el que se basa el nuevo orden; tratemos de conocer, en otras palabras, en que consistió, la obediencia de Cristo.

 

1. El hilo de lo alto


Padre Raniero Cantalamessa, ofmcap


Al delinear los rasgos o las virtudes, que deben brillar, en la vida de los renacidos por el Espíritu; después, de haber hablado de la caridad y de la humildad; San Pablo, en el capítulo 13 de la Carta a los Romanos, llega a hablar también de la obediencia:


Que todos, se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad, que no provenga de Dios y las que hay, han sido constituidas por Dios. De modo que, quien se opone a la autoridad, resiste a la disposición de Dios (Romanos 13, 1)


A continuación del pasaje, que habla de la espada y los tributos; así como, de la comparación con otros textos del Nuevo Testamento, sobre el mismo tema (Tito 3, 1 y I Pedro 2, 13-15); indican con toda claridad, que el Apóstol, no habla aquí de la autoridad en general y de toda autoridad, sino sólo de la autoridad civil y estatal. San Pablo, trata de un aspecto particular de la obediencia, que era particularmente sentido, en el momento en que escribía; y quizá, por la comunidad a la que escribía.


Era el momento, en que estaba madurando, en el seno del judaísmo palestino, la revuelta zelota contra Roma que, pocos años después, se concluirá con la destrucción de Jerusalén. El cristianismo, nació del judaísmo; muchos miembros de la comunidad cristiana, incluso de Roma, eran judíos convertidos. El problema de si obedecer o no al estado romano, se planteaba indirectamente, también para los cristianos.


La Iglesia apostólica, estaba ante una elección decisiva. San Pablo, como por lo demás, todo el Nuevo Testamento, resuelve el problema, a la luz de la actitud y las palabras de Jesús, especialmente de la palabra, sobre el tributo a César (Marcos 12, 17). El Reino, predicado por Cristo, no es de este mundo; es decir, no es de naturaleza nacional y política. Por eso, puede vivir bajo cualquier régimen político, aceptando sus ventajas (como era la ciudadanía romana), pero, al mismo tiempo, también las leyes. El problema, en definitiva, es resuelto en el sentido de la obediencia al estado.


La obediencia al estado es una consecuencia y un aspecto, de una obediencia mucho más importante y comprensiva, que el Apóstol llama, la obediencia al Evangelio (Romanos 10, 16). La severa advertencia del Apóstol, muestra que pagar los impuestos y en general, realizar el propio deber hacia la sociedad, no es sólo un deber civil, sino también un deber moral y religioso. Es una exigencia, del precepto del amor al prójimo; pues el estado, no es una entidad abstracta; es la comunidad, de personas que lo componen. Si yo no pago los impuestos, si mancho el ambiente, si transgredo las normas de tráfico, daño y nuestro desprecio al prójimo; desde ese punto, nosotros guatemaltecos (y quizás, no solo nosotros) deberíamos revisar y añadir algunas preguntas, a nuestros exámenes de conciencia.


Todo esto es muy actual, pero no podemos limitar el discurso sobre la obediencia, a este único aspecto de la obediencia al estado. San Pablo, nos indica el lugar, donde se sitúa el discurso cristiano sobre la obediencia; pero no nos dice, en este único texto, todo lo que se puede decir de dicha virtud. El saca aquí, las consecuencias de principios puestos anteriormente, en la misma Carta a los Romanos y también en otros lugares; y nosotros, debemos investigar estos principios, para hacer un discurso sobre la obediencia, que sea útil y actual, para nosotros hoy.


Debemos descubrir la obediencia esencial, de la que brotan todas las obediencias especiales, incluida la debida a las autoridades civiles. De hecho, hay una obediencia que afecta a todos —superiores y súbditos, religiosos y laicos—, que es la más importante de todas, que gobierna y vivifica todas las demás; y esta obediencia, no es la obediencia de hombre a hombre, sino la obediencia del hombre a Dios.


Tras el Concilio Vaticano II, alguien escribió: Si hay un problema de obediencia hoy, no es el de la docilidad directa al Espíritu Santo —a la cual, cada uno muestra apelarse gustosamente— sino más bien, el de la sumisión a una jerarquía, a una ley y a una autoridad humanamente expresadas. Estoy convencido yo también, de que es así; pero precisamente, para hacer posible de nuevo, esta obediencia concreta a la ley y a la autoridad visible, debemos partir de nuevo de la obediencia a Dios y a su Espíritu.


La obediencia a Dios, es como el hilo de lo alto, que sostiene la espléndida tela de araña, colgada de un seto. Bajando de lo alto, mediante el hilo que ella misma produce, la araña construye su tela, perfecta y tensa en cada esquina. Sin embargo, ese hilo de lo alto, que ha servido para construir la tela, no se trunca una vez concluida la obra, sino que permanece; más aún, es él, el que, desde el centro, sostiene todo el entramado; sin él, todo se afloja. Si se rompe uno de los hilos laterales (yo he hecho una vez la prueba), la araña acude y repara rápidamente su tela; pero apenas, se corta ese hilo de lo alto, se aleja; pues ya no hay, nada que hacer.


Ocurre algo similar, a propósito de la trama de las autoridades y de las obediencias en una sociedad, en una orden religiosa y en la Iglesia. Cada uno de nosotros, vive en una densa trama de dependencias: de las autoridades civiles, de las eclesiásticas; en estas últimas, del superior local, del obispo, de la Congregación, del clero o de los religiosos, del Papa. La obediencia a Dios, es el hilo de lo alto; ya que todo, está construido sobre él y no se puede olvidar ni siquiera, después de que ha terminado la construcción. En caso contrario, todo se repliega sobre uno mismo y ya no se entiende, por qué se debe obedecer.



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