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La obediencia a Dios, en la vida cristiana (3) T-22. 25-01-2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 24 ene 2020
  • 3 Min. de lectura

Nota del editor:

Estimado lector, este tema tan importante, para todos los que seguimos, el ejemplo de obediencia de Jesús, se le estará proporcionando en cinco partes consecutivas, esta es la tercera; les sugiero no perderselas, pues el autor de las mismas, el Padre Raniero Cantalamessa, es un enorme conocedor de la Palabra del Señor y escribe de la forma más sencilla y agradable, que lo hace sentirse como el protagonista de cada lectura. Mi estilo de vida cristiano ha cambiado, a consecuencia de sus mensajes, iluminados por el Espíritu de Dios. Amén.

 

Jesús es bautizado por Juan

(San Lucas 3)

...el Espíritu Santo bajo sobre él y se manifestó exteriormente en forma de paloma; y del cielo, vino una voz: "Tu eres mi Hijo, hoy te he dado a la vida". (v. 22)

 

He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad.


Que todos, se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad, que no provenga de Dios y las que hay, han sido constituidas por Dios. De modo que, quien se opone a la autoridad, resiste a la disposición de Dios (Romanos 13, 1)


Debemos descubrir la obediencia esencial, de la que brotan todas las obediencias especiales, incluida la debida a las autoridades civiles.


Tratemos de conocer, la naturaleza de ese acto de obediencia, sobre el que se basa el nuevo orden; tratemos de conocer, en otras palabras, en que consistió, la obediencia de Cristo.

 

3. La obediencia como gracia: el bautismo


Padre Raniero Cantalamessa, ofmcap


En el capítulo quinto de la Carta a los Romanos, san Pablo, nos presenta a Cristo como el fundador, de la estirpe de los obedientes; en oposición a Adán, que fue el fundador de los desobedientes. En el capítulo siguiente, el sexto, el Apóstol revela la forma en que nosotros, entramos en la esfera de este acontecimiento, es decir, mediante el bautismo. San Pablo, pone en primer lugar un principio: si tú te pones libremente, bajo la jurisdicción de alguien, estás obligado a servirlo y a obedecerle.


¿No sabes que, cuando te ofreces a alguien, como esclavo para obedecerlo, te haces esclavo de aquel a quien obedeces: bien del pecado, para la muerte, bien de la obediencia, para la justicia? (Romanos 6, 16).


Ahora, establecido el principio, san Pablo recuerda el hecho: en realidad, los cristianos, se han puesto libremente bajo la jurisdicción de Cristo, el día en que, en el bautismo, lo han aceptado como su Señor: Ustedes eran esclavos del pecado, más han obedecido de corazón, al modelo de doctrina al que fuiste entregado; liberados del pecado, se han hecho esclavos de la justicia (Romanos 6, 17-18). En el bautismo, se produjo un cambio de dueño, un tránsito de campo: del pecado a la justicia, de la desobediencia a la obediencia, de Adán a Cristo. La liturgia, lo ha expresado todo ello, a través de la oposición: Renuncio-Creo.


Por tanto, la obediencia, es algo constitutivo para la vida cristiana; es la implicación práctica y necesaria, de la aceptación del señorío de Cristo. No hay un señorío en acto, si no existe, por parte del hombre, obediencia. En el bautismo, hemos aceptado un Señor, un Kyrios, pero un Señor obediente, uno que se ha convertido en Señor, precisamente, debido a su obediencia (Filipenses 2, 8-11), uno cuyo señorío se concreta, por así decirlo, en la obediencia. La obediencia aquí, no es tanto dependencia, sino semejanza; obedecer a tal Señor, es asemejarnos a él, porque es precisamente, por su obediencia hasta la muerte, como él obtuvo el nombre de Señor, que está por encima de cualquier otro nombre (Filipenses 2, 8-9).


De ello descubrimos que la obediencia, antes que virtud, es don; antes que ley, es gracia. La diferencia entre las dos cosas, es que la ley dice que hay que hacer, mientras que la gracia da el hacer. La obediencia, es ante todo, obra de Dios en Cristo, que luego es indicada al creyente para que, a su vez, la exprese en la vida, con una fiel imitación. En otras palabras, nosotros no tenemos sólo el deber de obedecer, sino que ¡ahora tenemos también la gracia de obedecer!


La obediencia cristiana se arraiga, pues, en el bautismo; por el bautismo, todos los cristianos son consagrados a la obediencia, han hecho de ella, en cierto sentido, voto. El redescubrimiento, de este dato común a todos, basado en el bautismo, sale al encuentro, de una necesidad vital de los laicos en la Iglesia. El Concilio Vaticano II enunció el principio, de la llamada universal a la santidad del pueblo de Dios (LG 40) y, dado que, no se da santidad sin obediencia, decir que todos los bautizados están llamados a la santidad, es como decir que todos están llamados a la obediencia, que hay también una llamada universal a la obediencia.


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