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La paz les dejo, mi paz les doy. Martes, 4 de mayo 2021 (Reflexión)

  • Eduardo Ibáñez García
  • 3 may 2021
  • 3 Min. de lectura

Tiempo de Pascua – Ciclo B

Quinta semana

Martes, 4 de mayo 2021 Fiesta de San Felipe y Santiago, apóstoles

  • Primera lectura: I Corintios 15, 1-8

San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los filipenses les dice: Hermanos, les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce... Más tarde se le apareció a Santiago y luego a todos los apóstoles. Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. (I Corintios 15, 3-5. 7-8)

  • Salmo: 18, 2-5

El mensaje del Señor, llega a toda la tierra. Sin que los cielos, pronuncien una palabra, sin que resuene su voz, a toda la tierra llega su sonido y su mensaje, hasta el fin del mundo. (Salmo: 18, 4-5)

  • Evangelio: San Juan 14, 6-14

El evangelista San Juan, proclama que, Jesús, dijo a Tomás: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya, desde ahora, lo conocen y lo han visto”. Le dijo, Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús, le replicó: “Felipe, tanto tiempo hace, que estoy con ustedes ¿Y todavía, no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. Entonces, por qué dices: ¿Muéstranos al Padre? (Juan 14, 6-9)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II


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Los dos apóstoles, Felipe y Santiago el Menor, se recuerdan con una sola fiesta litúrgica, porque sus reliquias, trasladadas, respectivamente, de Hierápolis y Jerusalén; fueron colocadas juntas, en la Basílica de los Doce Apóstoles, en Roma. Su culto conjunto, se estableció, con la reforma del calendario en 1969.

La paz les dejo, mi paz les doy


En la sagrada liturgia, de estos días, resuena este mismo anuncio: Cristo resucitado, presentándose en medio de sus discípulos, los saludó diciendo: La paz sea con ustedes. Aleluya. Y los discípulos, se gozaron al ver al Señor (Juan 20, 19. 21). Cristo, nos ha traído la paz, nos ha dejado la paz: La paz les dejo, mi paz les doy. No la doy, como la da el mundo.


Pertenece a todo creyente, ser, en el mundo de hoy, un destello luminoso, un foco de amor y fermento, para toda la masa (Mateo 5, 14. 13, 33).Cada uno lo será, según la medida de su unión con Dios. La paz, no reinará entre los hombres, si no reina primero en cada uno de ellos, si cada uno no guarda en sí mismo, el orden querido por Dios... En efecto, se trata de una empresa demasiado sublime y demasiado elevada, para que su realización, dependa del poder del hombre, dejado solo a sus fuerzas; aunque, por otra parte, tenga la más laudable buena voluntad.


Para que la sociedad humana, pueda llegar a ser, la imagen más perfecta del reino de Dios, es absolutamente necesario, el auxilio de lo alto... Cristo, por su Pasión y por su muerte, venció el pecado –fuente y principio de todas las divisiones, de todas las miserias y de todos los desequilibrios... Porque Él, es nuestra paz... Él, que vino a anunciarles la paz a ustedes, que estaban lejos; y la paz, a los que estaban cerca (Efesios 2, 14. 17).


En la sagrada liturgia, de estos días, resuena este mismo anuncio: Cristo resucitado, presentándose en medio de sus discípulos, los saludó diciendo: La paz sea con ustedes. Aleluya. Y los discípulos, se gozaron al ver al Señor (Juan 20, 19. 21). Cristo, nos ha traído la paz, nos ha dejado la paz: La paz les dejo, mi paz les doy. No la doy, como la da el mundo.


Pidamos, pues, con constantes súplicas al Redentor, esta paz que él mismo nos trajo. Que él borre de los hombres, todo lo que pueda poner en peligro esta paz y transforme a todos, en testigos de la verdad, de la justicia y del amor fraterno. Que ilumine con su luz, la mente de los que gobiernan las naciones... Que Cristo, encienda las voluntades de todos, para echar por tierra, las barreras que dividen a los unos de los otros; para estrechar los vínculos, de la mutua caridad; para fomentar, la mutua comprensión; en fin, para perdonar los agravios. Así, bajo su acción y amparo, todos los pueblos se aúnen como hermanos y florezca entre ellos y reine siempre la anhelada paz.


Adaptación del texto del San Juan XXIII (1881-1963)

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