La sobria ebriedad del Espíritu (2) T-51. 15-08-2020
- Eduardo Ibáñez García
- 14 ago 2020
- 5 Min. de lectura
La sobria ebriedad del Espíritu
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

2. De la ebriedad a la sobriedad
¿Qué nos dice hoy a nosotros, este sugestivo silencio atronador, de la sobria ebriedad del Espíritu? Una primera enseñanza, está a continuación. Existen, dos modos diversos de actuar para el cristiano, un modo humano y otro modo divino, un modo natural y un modo sobrenatural. Un modo, en el cual el protagonista, es el hombre con su racionalidad, también iluminada por la fe; y un modo, en el cual el protagonista, el agente principal, es el Espíritu Santo.

Este segundo modo, es el que san Pablo llama dejarse conducir por el Espíritu (Gálatas 5, 18) o actuar en el Espíritu.Aunque los efectos sean diversos, de acuerdo a si se actúa únicamente en sabiduría o sea siguiendo la prudencia, el buen sentido, la experiencia, la organización, la diplomacia; o si a todo esto, se añade la manifestación del Espíritu y su potencia (1 Corintios 2, 4).
¿Cómo hacer, para retomar este ideal, de la sobria ebriedad y encarnarlo, en la actual situación histórica y eclesiástica? ¿Dónde está escrito, que un modo así fuerte, de sentir al Espíritu, era una exclusividad de los Padres y de los tiempos de la Iglesia, pero que no lo es más para nosotros? El don de Cristo, no se limita a una época particular, sino que se ofrece en toda época.
Hay bastante para todos, en el tesoro de su redención. Es justamente, el rol del Espíritu, el que vuelve universal la redención de Cristo, disponible para cada persona, en cada punto del tiempo y del espacio. En el pasado, el orden que se inculcaba, era generalmente, el que va de la sobriedad a la ebriedad. En otras palabras, el camino para obtener la ebriedad espiritual o el fervor, se pensaba, es la sobriedad; o sea, la abstinencia de las cosas de la carne, el ayunar del mundo y de sí mismo, en una palabra la mortificación. En este sentido, el concepto de sobriedad ha sido profundizado, en particular por la espiritualidad monástica ortodoxa, relacionada con la llamada oración de Jesús.
En esa, la sobriedad indica, un método espiritual, hecho de vigilante atención, para librarse de los pensamientos pasionales y de las palabras malas, substrayendo a la mente, cualquier satisfacción carnal y dejándole, como única actividad, la compunción por el pecado y la oración.
Con nombres distintos (desvestirse, purificación, mortificación), es la misma doctrina ascética, que se encuentra en los santos y en los maestros latinos. San Juan de la Cruz, habla de un despojarse y desnudarse por el Señor, de todo lo que no es del Señor.
Estamos, en los períodos de la vida espiritual, llamados purgativo e iluminativo. En estos, el alma se libera con fatiga, de sus hábitos naturales, para prepararse a la unión con Dios y a sus comunicaciones de gracia. Estas cosas caracterizan al tercer nivel, la vida unitiva que los autores griegos llaman divinización.
Nosotros, somos herederos de una espiritualidad, que concebía el camino de perfección, de acuerdo a esta sucesión: antes, es necesario vivir largo tiempo, en el nivel purgativo, antes de acceder a aquel unitivo; es necesario, ejercitarse largamente en la sobriedad, antes de sentir la ebriedad. Cada fervor, que se manifestara antes de aquel momento, había que considerarlo sospechoso.
La ebriedad espiritual, con todo lo que eso significa, está colocada, por lo tanto, al final, reservada a los perfectos. Los otros, los proficientes, que va aprovechando en algo, tienen que ocuparse sobre todo, de la mortificación, sin pretender, porque están lejos aún, con los propios defectos, de tener una experiencia fuerte y directa de Dios y de su Espíritu.
Hay una gran sabiduría y experiencia, en la base de todo esto; y pobre de aquel que, considere estas cosas como superadas. Es necesario, entretanto, decir que un esquema así de rígido, indica también un lento y progresivo desplazamiento del acento de la gracia, al esfuerzo del hombre, de la fe a las obras, hasta resentir a veces, de pelagianismo (que niega, que el pecado de Adán, se hubiese transmitido a su descendencia).
De acuerdo al Nuevo Testamento, hay una circularidad y una simultaneidad, entre las dos cosas: la sobriedad es necesaria, para llegar a la ebriedad del Espíritu; y la ebriedad del Espíritu es necesaria, para llegar a practicar la sobriedad.
Una ascesis (reglas y prácticas, encaminadas a la liberación del espíritu y el logro de la virtud) tomada sin un fuerte empuje del Espíritu, sería esfuerzo muerto y no produciría otra cosa que vanidad de la carne. Para San Pablo, es con la ayuda del Espíritu, que nosotros debemos hacer morir, las obras de la carne (Romanos 8, 13). El Espíritu nos ha sido dado, para que estemos en grado de mortificarnos, antes aún, que como premio para ser mortificados.
Una vida cristiana, llena de esfuerzos acéticos y de mortificación, pero sin el toque vivificante del Espíritu, se asemejaría -decía un antiguo Padre- a una misa, en la que se leyeran tantas lecturas, se cumplieran todos los ritos y se llevaran tantas ofrendas, pero en la cual no se realizara, la consagración de las especies por parte del sacerdote. Todo quedaría, en aquello que era antes: pan y vino.
Así –concluía aquel Padre– también, sucede con el cristiano. Aunque él, haya cumplido perfectamente el ayuno y la vigilia, la salmodia y toda la ascesis y cada virtud, pero no se ha cumplido por la gracia, en el altar de su corazón, la mística operación del Espíritu Santo, todo este proceso ascético, está inconcluso y es casi vano, porque él no tiene la exultación del Espíritu, místicamente operante en el corazón.
Esta segunda vía –que va de la ebriedad a la sobriedad– fue la que Jesús, les hizo seguir a sus apóstoles. Y si bien, tuvieron como maestro y director espiritual al mismo Jesús, antes de Pentecostés, ellos no fueron capaces de poner en práctica, casi ninguno de los preceptos evangélicos. Pero cuando en Pentecostés, fueron bautizados con el Espíritu Santo, entonces se los ve transformados, con la capacidad de soportar por Cristo, molestias de todo tipo y hasta el mismo martirio. El Espíritu Santo, fue la causa de su fervor, más que el efecto de ese.
Hay otro motivo, que nos lleva a redescubrir este camino, que va de la ebriedad a la sobriedad. La vida cristiana, no es solamente, una cuestión de crecimiento personal en la santidad; es también ministerio, servicio, anuncio; y para cumplir estas tareas, tenemos necesidad de la potencia que viene desde lo alto, de los carismas; en una palabra, de una experiencia fuerte, pentecostal, del Espíritu Santo.
Nosotros, tenemos necesidad de la sobria ebriedad del Espíritu, más aún, de lo que tuvieron los Padres. El mundo, se ha vuelto refractario al Evangelio, tan seguro de sí, que solo el vino fuerte del Espíritu, puede prevalecer a su incredulidad y quitarle fuera de su sobriedad, toda humana y racionalista, que se hace pasar por, objetividad científica.
Solamente las armas espirituales, dice el Apóstol San Pablo, tienen de Dios, la potencia para abatir las fortalezas, destruyendo los raciocinios y toda arrogancia, que se levanta contra el conocimiento de Dios; y sometiendo, cada intelecto, a la obediencia de Cristo (2 Corintios 10, 4-5).
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