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La sobria ebriedad del Espíritu (3 y final) T-52. 22-08-2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 21 ago 2020
  • 5 Min. de lectura

La sobria ebriedad del Espíritu

Por Raniero Cantalamessa,

Predicador de la Casa Pontificia


 

3. El bautismo en el Espíritu


¿Cuáles son los lugares, en donde el Espíritu actúa hoy, de este modo pentecostal?


Escuchemos nuevamente la voz de san Ambrosio, que fue el cantor por excelencia, entre los Padres latinos, de la sobria ebriedad del Espíritu. Después de haber recordado, los dos lugares clásicos en donde encontrar el Espíritu -la Eucaristía y las Escrituras-, él indica una tercera posibilidad. Dice:


Hay también otra ebriedad, que se realiza, a través de aquella penetrante lluvia del Espíritu Santo. Fue así, que en los Actos de los Apóstoles, aquellos que hablaban en idiomas diversos, aparecían a los oyentes como si estuvieran llenos de vino.


Después, de haber recordado los medios ordinarios, San Ambrosio, con estas palabras, indica un medio diverso, extraordinario en el sentido de que, no ha sido fijado antes y no es algo instituido. Consiste en revivir la experiencia, que los apóstoles hicieron el día de Pentecostés. San Ambrosio, no quería seguramente señalar esta tercera posibilidad, para decir al público, que esta estaba excluida para ellos, siendo reservada solamente a los apóstoles y a la

primera generación de los cristianos. Al contrario, él quería animar a sus fieles, a hacer como la primera generación de los cristianos. Él anima a sus fieles, a hacer experiencia, de aquella lluvia penetrante del Espíritu, que se verificó en Pentecostés.


Queda, por lo tanto, abierta también para nosotros, la posibilidad de contactar al Espíritu, por esta vía nueva, personal, independiente, que depende únicamente, de la soberana y libre iniciativa de Dios. No debemos caer en el error de los fariseos y de los escribas, que a Jesús le decían: Existen nada menos que seis días para trabajar, ¿por qué actuar fuera de ellos, de esta manera nueva e inusitada?


El teólogo, Yves Congar, en su informe al Congreso Internacional de Pneumatología, que se realizó en 1981 en el Vaticano, en ocasión del XVI centenario del Concilio Ecuménico de Constantinopla, hablando de los signos del despertar del Espíritu Santo, en nuestra época, dijo:


¿Cómo no situar aquí la corriente carismática, mejor llamada Renovación en el Espíritu? Esto se ha difundido como fuego, que corre sobre los pajares. Es algo muy diverso de una moda… Por un aspecto, sobre todo, esto se asemeja a un movimiento de despertar: por el carácter público y verificable de su acción, que cambia la vida de las personas… Y con una juventud, una frescura y nuevas posibilidades en el seno de la vieja Iglesia, nuestra madre. Salvo excepciones muy raras, Renovación se coloca en la Iglesia y lejos de poner, en discusión las instituciones clásicas, las reanima.


Es verdad que esta, como otras análogas realidades nuevas, de la Iglesia de hoy, presenta a veces problemáticas, excesos, divisiones, pecados. Esto fue también para mí, al inicio una piedra de escándalo. Pero esto sucede, con todos los dones de Dios, apenas caen en las manos de los hombres. ¿Acaso, la autoridad ha sido siempre ejercida en la Iglesia, como la entiende el Evangelio, sin manchas humanas de autoritarismo o búsqueda de poder?


Y a pesar de ello, nadie sueña, en querer eliminar este carisma, de la vida de la Iglesia. No fueron exentas de desórdenes y defectos, ni siquiera las primeras comunidades carismáticas cristianas, como la de Corinto. El Espíritu no vuelve santos, ni a todos, ni inmediatamente. Actúa en grado diverso y de acuerdo a la correspondencia que encuentra.


El instrumento principal, con el cual la Renovación en el Espíritu, cambia la vida de las personas, es el bautismo en el Espíritu. Hablo sobre ello, sin ninguna intención de proselitismo, sino solamente, porque pienso sea justo, que se conozca en el corazón de la Iglesia, una realidad que involucra a millones de católicos.


Se trata de un rito, que no tiene nada de esotérico, sino que es hecho, más bien, de gestos de gran simplicidad, calma y alegría, acompañados por actitudes de humildad, de arrepentimiento, de disponibilidad, de volverse niños, que es la condición para entrar en el Reino.


Es una renovación y una actualización, no solo del bautismo y de la confirmación, sino de toda la vida cristiana: para los casados, del sacramento del matrimonio; para los sacerdotes, de su ordenación; para los consagrados, de su profesión religiosa.


El interesado se preparará, además de una buena confesión, participando en encuentros de catequesis, en los cuales viene puesto, en un contacto vivo y alegre, con las principales verdades y realidades de la fe: el amor de Dios, el pecado, la salvación, la vida nueva, la transformación en Cristo, los carismas, los frutos del Espíritu.


Una década después, que llegó la Renovación carismática en la Iglesia católica, Karl Rahner escribía:


No podemos refutar, que el hombre pueda hacer aquí abajo, experiencias de gracia, que le dan un sentido de liberación, le abren horizontes enteramente nuevos, que se imprimen profundamente en él, lo transforman, plasmando también por largo tiempo, su actitud cristiana más íntima. Nada prohibe, llamar a tales experiencias, bautismo del Espíritu.


¿Es justo esperar, a que todos pasen por esta experiencia? ¿Es este, el único modo posible, para sentir la gracia de Pentecostés?


Si por bautismo en el Espíritu, entendemos un cierto rito, en un determinado contexto, debemos responder no; no es el único modo, para tener una experiencia fuerte en el Espíritu. Hubo y hay incontables cristianos, que han hecho una experiencia análoga, sin saber nada del bautismo en el Espíritu, recibiendo una efusión espontánea del Espíritu, a continuación de un retiro, de un encuentro, de una lectura, de un toque de la gracia.


Es necesario decir, entretanto, que con el bautismo en el Espíritu, se ha revelado un medio simple y potente, para renovar la vida de millones de creyentes, en todas las Iglesias cristianas; y sería necesario pensarlo bien, antes de decir que no está hecho para nosotros, si el Señor nos pone en el corazón, el deseo y nos ofrece la ocasión.


También, un curso de ejercicios espirituales, puede muy bien concluirse, con una especial invocación del Espíritu Santo, si quien lo guía, ha hecho experiencia y los participantes lo desean.


He tenido una experiencia, el año pasado. El obispo de una diócesis del sur de Londres, convocó por iniciativa suya, a un retiro carismático, abierto también, al clero de otras diócesis. Estaban presentes, un centenar entre sacerdotes y diáconos permanentes; y al final, todos pidieron recibir y recibieron, la efusión del Espíritu, con el apoyo de un grupo de laicos de la Renovación, que vinieron para la ocasión. Si los frutos del Espíritu, son amor, alegría y paz; al final, estos se podían tocar con las manos, entre los presentes.


No se trata, de adherirse más bien a uno, que a otros movimientos actuales en la Iglesia. No se trata ni siquiera, propiamente hablando, de un movimiento, sino de una corriente de gracia abierta a todos, destinada a perderse en la Iglesia, como una descarga eléctrica, que se dispersa en la masa, para después desaparecer, una vez que se cumplió esta tarea.


Concluimos con las palabras del himno litúrgico, recordado en el inicio:


Sea Cristo nuestro alimento,

sea Cristo el agua viva:

en él saboreamos sobrios

la ebriedad del Espíritu.

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