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¡Bienaventurados, los que ahora lloran! Una nueva relación, entre placer y dolor – (2ª. Parte – 2.1)

  • Eduardo Ibáñez García
  • 20 ago 2021
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 27 ago 2021

Por Raniero Cantalamessa,

Predicador de la Casa Pontificia



2. ¡Bienaventurados, los que ahora lloran! – La Bienaventuranza, de los afligidos

T-103 21-08-2021


Empezamos, con esta meditación, un ciclo de reflexión sobre las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas han conocido, dentro del propio Nuevo Testamento, un desarrollo y aplicaciones diferentes, según la teología de cada evangelista o las necesidades nuevas de la comunidad. A ellas se aplica, lo que San Gregorio Magno, dice de toda la Escritura, que ella cum legentibus crescit, crece, con quienes la leen, revela siempre nuevas implicaciones y contenidos más ricos, de acuerdo con las instancias y los interrogantes nuevos, con los que se lee.

Mantener la fe, en este principio, significa que también hoy, nosotros debemos leer las bienaventuranzas, a la luz de las situaciones nuevas, en las que nos encontramos viviendo, con la diferencia, se entiende, de que las interpretaciones de los evangelistas, están inspiradas y por ello, son normativas para todos y para siempre; mientras que las de hoy, no comparten tal prerrogativa.


2.1. Una nueva relación, entre placer y dolor


Omitiendo, la bienaventuranza de los pobres, que hemos meditado; concentrémonos, en la segunda bienaventuranza: Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados (Mateo 5, 4). En el Evangelio de Lucas, donde las bienaventuranzas, que son cuatro, están en forma de discurso directo y reforzadas por una advertencia, la misma bienaventuranza, suena así: Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán. ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque gemirán y lloraran! (Lucas 6, 21. 25).

El mensaje más formidable, está contenido, precisamente, en la estructura de esta bienaventuranza. Esta, se permite recoger, la revolución que el Evangelio obró, respecto al problema del placer y dolor. El punto de partida común, tanto al pensamiento religioso, como al profano es la constatación, de que en esta vida, placer y dolor, son inseparables; se suceden el uno al otro, con la misma regularidad, con la que, a la elevación de una ola en el mar, le sigue un hundimiento y un vacío, que succiona al náufrago mar adentro.

El hombre, busca desesperadamente, separar a estos dos hermanos siameses, aislar el placer del dolor. Pero, es inútil. Es el mismo placer

desordenado, el que se vuelve contra él y se transforma en sufrimiento o de improviso y trágicamente o un poco a la vez, en cuanto, es por su naturaleza transitorio y genera cansancio y náusea. Es una lección, que nos llega de la crónica diaria y que el hombre, ha expresado de mil maneras, en su arte y en su literatura. Un no sé qué, de amargo –escribió el poeta pagano, Lucrecio brota de lo íntimo, de cada placer y nos angustia, ya en medio de nuestras delicias.

La Biblia, tiene una respuesta que dar a esto, que es el verdadero drama, de la existencia humana. Hubo desde el inicio, una elección del hombre, hecha posible desde su libertad, que le llevó a orientar, exclusivamente, hacia las cosas visibles, la capacidad de gozo, de la que estaba dotado, para que aspirara a gozar del Bien infinito, que es Dios.

Al placer, elegido contra la ley de Dios y simbolizado por Adán y Eva, que saborean el fruto prohibido, Dios, permitió que le siguieran, el dolor y la muerte, más como remedio, que como castigo. A fin de que no ocurriera, que siguiendo a rienda suelta su egoísmo y su instinto, el hombre se destruyera del todo y destruyera cada uno, a su prójimo. Así, al placer, vemos como se le adhiere, como su sombra, el sufrimiento.

Cristo, rompió por fin esta cadena. Él, a cambio de la gloria, que se le proponía, soportó la cruz (Hebreos 12, 2). Hizo, en resumen, lo contrario de lo que hizo Adán y de lo que hace cada hombre. La muerte del Señor –escribió San Máximo, el Confesora diferencia, de la de los demás hombres, no era una deuda pagada por el placer, sino más bien, algo que era arrojado, contra el placer mismo. Y así, a través de esta muerte, cambió el destino merecido por el hombre. Resucitando de la muerte, Él, inauguró un nuevo género de placer: el que no precede al dolor, como su causa, sino que le sigue, como su fruto.

Todo esto, es maravillosamente proclamado, por nuestra bienaventuranza, que a la secuencia risa-llanto, le opone la secuencia llanto-risa. No se trata, de una sencilla inversión de los tiempos. La diferencia, infinita, está en el hecho, de que en el orden propuesto por Jesús, es el placer, no el sufrimiento, el que tiene la última palabra; y, lo que importa más, una última palabra, que dura eternamente.

Yorumlar


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Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión del Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón

Molino de las Flores zona 2 de Mixco, Guatemala

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