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Los mártires… Viernes, 5 de febrero 2021 - (Reflexión)

  • Eduardo Ibáñez García
  • 4 feb 2021
  • 3 Min. de lectura

Tiempo ordinario I – Ciclo B

Cuarta semana Memoria de Santa Águeda

Viernes 5 de febrero – 2021


  • Primera lectura: Hebreos 13, 1-8

San Pablo, apóstol de Jesucristo, les dice a los hebreos: Hermanos, que no haya entre ustedes, avidez de riquezas; sino que, cada quien se contente, con lo que tiene. Dios, ha dicho: Nunca te dejaré, ni te abandonaré; por lo tanto, nosotros, podemos decir con plena confianza: El Señor cuida de mí, ¿Por qué les he de tener miedo, a los hombres? Acuérdense de sus pastores, que les predicaron la palabra de Dios. Consideren, cómo terminaron su vida e imiten su fe. Jesucristo, es el mismo ayer, hoy y siempre. (Hebreos 13, 5-8)

  • Salmo: 26, 1. 3. 5. 8-9

El Señor, es mi luz y mi salvación. El Señor, es mi luz y mi salvación ¿A quién, voy a tenerle miedo? El Señor, es la defensa de mi vida, ¿Quién, podrá hacerme temblar? (Salmo: 26, 1)

  • Evangelio: San Marcos 6, 14-29

El evangelista San Marcos, proclama que, como la fama de Jesús, se había extendido tanto, llegó a oídos del rey Herodes, el rumor de que Juan el Bautista, había resucitado y sus poderes actuaban en Jesús. Otros decían, que era Elías; y otros, que era un profeta, comparable a los antiguos. Pero Herodes, insistía: Es Juan, a quien yo le corté la cabeza y que ha resucitado.(Marcos 6, 14-16)

Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II


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Agueda, significa la buena, la virtuosa.

Un himno latino, sumamente antiguo, canta así: Oh Agueda, tu corazón era tan fuerte, que logró aguantar, que el pecho fuera destrozado a machetazos y tu intercesión es tan poderosa, que los que te invocan, cuando huyen, al estallar el volcán Etna, se logran librar del fuego y de la lava ardiente; y los que te rezan, logran apagar el fuego de la concupiscencia.

Agueda nació en Catania, Sicilia, al sur de Italia, hacia el año 230.

Los mártires…


…anuncian este Evangelio y lo testimonian con su vida, hasta la efusión de su sangre, porque están seguros, de no poder vivir sin Cristo y están dispuestos a morir por Él, convencidos de que Jesús es el Dios y el Salvador del hombre y que, por tanto, sólo en Él, encuentra el hombre la plenitud verdadera de la vida.

Quiero llamar la atención, particularmente, sobre algunos signos, surgidos en el ámbito específicamente eclesial. Ante todo, quiero proponer a todos, para que nunca se olvide, el gran signo de esperanza, constituido por los numerosos testigos de la fe cristiana, que ha habido en el último siglo, tanto en el Este como en el Oeste. Ellos, han sabido vivir el Evangelio, en situaciones de hostilidad y persecución; frecuentemente, hasta el testimonio supremo de la sangre.


Estos testigos, especialmente los que han afrontado el martirio, son un signo elocuente y grandioso, que se nos pide contemplar e imitar. Ellos, muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y la humanidad como una luz, porque han hecho, resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo; al pertenecer a diversas confesiones cristianas, brillan, asimismo, como signo de esperanza para el camino ecuménico, por la certeza de que, su sangre es también, linfa de unidad para la Iglesia.


Más radicalmente aún, demuestran que el martirio, es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza: En efecto, los mártires anuncian este Evangelio y lo testimonian con su vida, hasta la efusión de su sangre, porque están seguros, de no poder vivir sin Cristo y están dispuestos a morir por Él, convencidos de que Jesús es el Dios y el Salvador del hombre y que, por tanto, sólo en Él, encuentra el hombre la plenitud verdadera de la vida. De este modo, según la exhortación del apóstol San Pedro, se muestran preparados, para dar razón de su esperanza (1 Pedro 3, 15).


Los mártires, además, celebran el Evangelio de la esperanza, porque el ofrecimiento de su vida, es la manifestación más radical y más grande del sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que constituye, el verdadero culto espiritual (Romanos 12, 1), origen, alma y cumbre de toda celebración cristiana. Ellos, por fin, sirven al Evangelio de la esperanza, porque con su martirio expresan, en sumo grado, el amor y el servicio al hombre, en cuanto demuestran que, la obediencia a la ley evangélica, genera una vida moral y una convivencia social, que honra y promueve la dignidad y la libertad de cada persona.


Adaptación del texto de San Juan Pablo II (1920-2005)

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