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Maridos, amen a sus mujeres. (Homilía dominical)

  • Eduardo Ibáñez García
  • 21 ago 2021
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 12 sept 2021

Dia del Señor


Tiempo ordinario II – Ciclo B

Vigesimoprimer domingo

22 de agosto 2021


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo. Amen


Oración:

Señor Dios, que unes en un mismo sentir, los corazones de tus fieles, impulsa a tu pueblo, a amar lo que mandas y a desear lo que prometes, para que, en medio de la inestabilidad del mundo, estén firmemente anclados nuestros corazones, donde se halla la verdadera felicidad. Por nuestro Señor Jesucristo… Amen.

  • Primera lectura: Josué 24, 1-2. 15-18

Josué, reunió en Siquém, a todas las tribus de Israel; y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces y a sus escribas; y ellos, se presentaron delante del Señor... Entonces, Josué, dijo a todo el pueblo: Mi familia y Yo, serviremos al Señor. El pueblo respondió: Lejos de nosotros abandonar al Señor, para servir a otros dioses... Además, el Señor, expulsó delante de nosotros, a todos esos pueblos y a los amorreos, que habitaban en el país. Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que él es nuestro Dios (Josué 24, 1-2. 15-16. 18).

  • Salmo: 33, 2-3. 16-23

Gusten y vean, qué bueno es el Señor. La maldad, da muerte al malvado; y los que odian al justo, serán castigados. El Señor, redime a sus siervos; no será castigado, quien se acoge a él. (Salmo: 33, 22-23).

  • Segunda lectura: Efesios 5, 21-32

San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los efesios les dice: Hermanos: Jesús, se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra; y para colocarla ante sí, gloriosa; la Iglesia, sin mancha ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también, los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer, es amarse a sí mismo. Pues, nadie jamás, ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. (Efesios 5, 25-32).

  • Evangelio: San Juan 6, 60-69

El evangelista San Juan, proclama que, dándose cuenta Jesús, de que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto, los escandaliza? ¿Qué sería, si vieran al Hijo del hombre, subir a donde estaba antes? Las palabras, que les he dicho, son espíritu y vida; y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”. Después, añadió: “Por eso, les he dicho, que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces, Jesús, les dijo a los Doce: “¿También ustedes, quieren dejarme?” Simón Pedro, le respondió: Señor, ¿A quién, iremos? Tú tienes, palabras de vida eterna; y nosotros, creemos y sabemos, que tú eres el Santo de Dios (Juan 6, 61-69).


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

¿Quieren marcharse, también ustedes?

(Juan 6)


Simón Pedro, le respondió: Señor, ¿A quién, iremos? Tú tienes, palabras de vida eterna… (Versículo 68)

 

Maridos, amen a sus mujeres


Esta vez, estoy centrando mi atención, en la segunda lectura del día, procedente de la Carta a los Efesios, porque contiene un tema, de gran interés para la familia. Leyendo, con ojos modernos, las palabras de San Pablo, salta a la vista, inmediatamente, una dificultad. San Pablo, recomienda al marido, que ame a su mujer (y esto está bien) pero, además, recomienda a la mujer, que sea sumisa al marido; y esto, en una sociedad fuertemente (y justamente) consciente, de la paridad de sexos, parece inaceptable.

De hecho, es verdad. Sobre este punto, San Pablo, está condicionado en parte, por la mentalidad de su tiempo. Sin embargo, la solución no está en suprimir, de las relaciones entre marido y mujer, la palabra sumisión, sino, si acaso, en hacerla recíproca, como recíproco debe ser también el amor. En otras palabras, no sólo el marido, debe amar a la mujer, sino que también la mujer al marido; no sólo la mujer debe estar sometida al marido, sino que igualmente el marido a la mujer. Amor recíproco y sumisión recíproca.

Someterse significa, en este caso, tener en cuenta la voluntad del cónyuge, su parecer y su sensibilidad; dialogar, no decidir solo; saber a veces, renunciar al propio punto de vista. En resumen, acordarse, de que se ha pasado a ser cónyuges, esto es, literalmente, personas que están, bajo el mismo yugo, libremente acogido.

El Apóstol, brinda a los esposos cristianos, como modelo la relación de amor, que existe entre Cristo y la Iglesia, pero explica enseguida, en qué ha consistido tal amor: Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo, por ella. El verdadero amor, se manifiesta en la entrega al otro.

Hay dos formas, de manifestar el propio amor, a la persona amada. El primero, es hacerle regalos, llenarla de dones; el segundo, mucho más exigente, cosiste en sufrir por ella. Dios nos amó, de la primera manera, cuando nos creó y nos llenó de bienes: el cielo, la tierra, las flores, nuestro propio cuerpo, todo es don suyo... Pero después, en la plenitud de los tiempos, en Cristo, vino a nosotros y sufrió por nosotros, hasta morir en la cruz.

También ocurre así, en el amor humano. Al principio, de novios, se expresa el amor, haciéndose regalos. Pero llega el tiempo, para todos, en que ya no basta con hacer regalos; hay que ser, capaces de sufrir con y por la persona amada. Amarla, a pesar de las limitaciones, que se van descubriendo, de los momentos de pobreza, de las enfermedades mismas. Esto es verdadero amor, que se parece al de Cristo.

En general, se llama al primer tipo de amor, amor de búsqueda (con un término griego, eros); al segundo tipo, amor de donación (con el término griego ágape). La señal de que, en una pareja, se está pasando de la búsqueda a la donación, del eros al ágape, es ésta: en lugar de preguntarse ¿Qué más, podría hacer por mí, mi marido (respectivamente, mi mujer), que aún no haga? Uno, se empieza a preguntar ¿Qué más, podría hacer por mi marido (o mi mujer), que aún no haga yo?


Adaptación del texto de la homilía del

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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