Que su amor, no sea fingido (2) T-64. 14-11-2020
- Eduardo Ibáñez García
- 23 dic 2020
- 4 Min. de lectura
Que su amor, no sea fingido
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

2. Un amor sincero

El ágape o caridad cristiana, no es una de las virtudes, aunque fuera la primera; es la forma de todas las virtudes, aquella de la que dependen, toda la ley y los profetas (Mateo 22, 34; Romanos 13, 10). Entre los frutos del Espíritu, que el Apóstol enumera en Gálatas 5, 22, encontramos en primer lugar, el amor: El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz… Y con él, coherentemente, comienza también la parénesis sobre las virtudes, en la Carta a los Romanos. Todo el capítulo duodécimo, es una sucesión de exhortaciones a la caridad:
Que su amor, no sea fingido;
ámense cordialmente, unos a otros,
cada cual estime a los otros más que a sí mismo… (Romanos 12, 9-21).
Para captar el alma, que unifica todas estas recomendaciones, la idea de fondo o mejor dicho, el sentimiento, que San Pablo tiene de la caridad, hay que partir de esa palabra inicial: ¡Que vuestro amor, no sea fingido! No es una de tantas exhortaciones, sino la matriz, de la que derivan todas las demás. Contiene, el secreto de la caridad.
El término original, usado por San Pablo y que se traduce sin fingimiento, es anhypòkritos, es decir, sin hipocresía. Este vocablo, es una especie de luz-espía; es, efectivamente, un término raro, que encontramos empleado, en el Nuevo Testamento, casi exclusivamente, para definir el amor cristiano. La expresión amor sincero (anhypòkritos) vuelve de nuevo en 2 Corintios 6, 6 y en 1 Pedro 1, 22. Este último texto permite captar, con toda certeza, el significado del término en cuestión, porque lo explica con una perífrasis; el amor sincero —dice— consiste en amarse intensamente de corazón.
San Pablo, pues, con esa simple afirmación: ¡Que su amor, no sea fingido! lleva el discurso a la raíz misma de la caridad, al corazón. Lo que se requiere del amor, es que sea verdadero, auténtico, no fingido. También en esto, el Apóstol es el eco fiel, del pensamiento de Jesús; en efecto, Él había indicado, repetidamente y con fuerza, el corazón, como el lugar donde se decide, el valor de lo que el hombre hace (Mateo 15, 19).
Podemos hablar de una intuición paulina, respecto a la caridad; ésta consiste en revelar, detrás del universo visible y exterior de la caridad, hecho de obras y de palabras; otro universo interior, con respecto al primero, lo que es el alma para el cuerpo. Encontramos esta intuición, en el otro gran texto sobre la caridad, que es 1 Corintios 13. Lo que San Pablo dice allí, mirándolo bien, se refiere todo a esta caridad interior, a las disposiciones y a los sentimientos de caridad: la caridad es paciente, es benigna, no es envidiosa, no se irrita, todo lo cubre, todo lo cree, todo lo espera… Nada que se refiera, en sí y directamente, al hacer el bien o las obras de caridad, pero todo se reconduce, a la raíz del querer bien. La benevolencia, viene antes de la beneficencia.
Es el Apóstol mismo, quien explicita la diferencia, entre las dos esferas de la caridad, diciendo que, el mayor acto de caridad exterior (el distribuir a los pobres, todas las riquezas propias) no valdría para nada, sin la caridad interior (1 Corintios 13, 3). Sería lo opuesto, de la caridad sincera. La caridad hipócrita, en efecto, es precisamente la que hace el bien, sin quererlo, que muestra al exterior, algo que no se corresponde con el corazón. En este caso, se tiene una apariencia de caridad, que puede, en última instancia, ocultar egoísmo, búsqueda de sí, instrumentalización del hermano o incluso, simple remordimiento de conciencia.
Sería un error fatal, contraponer entre sí, caridad del corazón y caridad de los hechos; o refugiarse en la caridad interior, para encontrar en ella una especie de coartada, a la falta de caridad activa. Sabemos con cuanto vigor, la palabra de Jesús en (Mateo 25), (Santiago 2, 16) y (1 Juan 3, 18); impulsan a la caridad de los hechos. Sabemos de la importancia, que San Pablo mismo, daba las colectas, en favor de los pobres de Jerusalén.
Por lo demás, decir que, sin la caridad, de nada me sirve, incluso, el dar todo a los pobres, no significa decir que, esto no sirve a nadie y que es inútil; significa, más bien, decir que no me sirve a mí, mientras que puede beneficiar, al pobre que lo recibe. No se trata, pues, de atenuar la importancia de las obras de caridad, sino de asegurarles un fundamento, seguro contra el egoísmo y sus infinitas astucias. San Pablo, quiere que los cristianos estén arraigados y fundados en la caridad (Efesios 3, 17), es decir, que la caridad sea la raíz y el fundamento de todo.
Cuando amamos desde el corazón, es el amor mismo de Dios, derramado en nuestro corazón, por el Espíritu Santo (Romanos 5, 5), el que pasa a través de nosotros. El actuar humano, es verdaderamente deificado. Llegar a ser partícipes de la naturaleza divina (2 Pedro 1, 4) significa, en efecto, ser partícipes de la acción divina, la acción divina de amar, ¡desde el momento en que Dios es amor!
Nosotros amamos a los hombres, no sólo porque Dios les ama o porque Él quiere que nosotros les amemos, sino porque, al darnos su Espíritu, Él ha puesto en nuestros corazones, su mismo amor hacia ellos. Así se explica, por qué el Apóstol afirma, inmediatamente después: No tengan ninguna deuda con nadie, sino la de un amor recíproco, porque quien ama al prójimo, ha cumplido la ley (Romanos 13, 8).
¿Nos preguntamos, por qué, una deuda? Porque hemos recibido, una medida infinita de amor, para distribuir a su tiempo entre los consiervos (Lucas 12, 42; Mateo 24, 45 y mas). Si no lo hacemos, defraudamos al hermano, de algo que le es debido. El hermano que se presenta a tu puerta, quizás te pide algo, que no eres capaz de darle; pero, si no puedes darle lo que te pide, ten cuidado de no despedirlo sin lo que le debes, es decir, el amor.
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