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Que su amor, no sea fingido (3) T-65. 21-11-2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 23 dic 2020
  • 3 Min. de lectura

Que su amor, no sea fingido


Por Raniero Cantalamessa,

Predicador de la Casa Pontificia


3. Caridad, con los de fuera


Después de habernos explicado, en qué consiste la verdadera caridad cristiana, el Apóstol, a continuación de su parénesis, muestra cómo este amor sincero, debe traducirse, en el acto de las situaciones de vida de la comunidad. Dos son las situaciones, en las que el Apóstol se detiene: la primera, se refiere a las relaciones ad extra de la comunidad, es decir, con los de fuera; la segunda, las relaciones ad intra, entre los miembros de la misma comunidad. Leamos algunas recomendaciones, que se refieren a la primera relación, con el mundo externo:


Bendigan a los que los persiguen; bendigan, sí, no maldigan… Procuren lo bueno, ante toda la gente; en la medida de lo posible y en lo que dependa de ustedes, manténganse en paz con todo el mundo. No se tomen la venganza por su cuenta, dejen más bien, lugar a la justicia… Por el contrario, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber… No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien (Romanos 12, 14-21).


Nunca, como en este punto, la moral del Evangelio parece original y diferente, de cualquier otro modelo ético; y nunca, la parénesis apostólica, parece más fiel y en continuidad con la del Evangelio. Lo que hace todo esto, particularmente actual para nosotros, es la situación y el contexto en el que esta exhortación, se dirige a los creyentes. La comunidad cristiana de Roma, es un cuerpo extraño en un organismo que —en la medida, en que se da cuenta de su presencia— lo rechaza. Es una isla minúscula, en el mar hostil de la sociedad pagana. En circunstancias como ésta, sabemos lo fuerte que es, la tentación de encerrarse en sí mismos, desarrollando el sentimiento elitista e irritable, de una minoría de salvados, en un mundo de perdidos. Con este sentimiento vivía, en aquel mismo momento histórico, la comunidad esenia de Qumrán.


La situación de la comunidad de Roma, descrita por San Pablo, representa en miniatura, la situación actual de toda la Iglesia. No hablo de las persecuciones y del martirio, al que están expuestos nuestros hermanos de fe, en tantas partes del mundo; hablo de la hostilidad, del rechazo y a menudo del profundo desprecio, con que no sólo los cristianos, sino todos los creyentes en Dios, son vistos en amplias capas de la sociedad; en general, por los más influyentes y que determinan el sentir común. Ellos son considerados, precisamente, cuerpos extraños en una sociedad evolucionada y emancipada.


La exhortación de San Pablo, no nos permite perdernos un solo instante, en recriminaciones amargas y polémicas estériles. No se excluye, naturalmente, el dar razón de la esperanza, que hay en nosotros, con dulzura y respeto, como recomendaba San Pedro (1 Pedro 3, 15-16). Se trata de entender, cuál es la actitud del corazón, que hay que cultivar en relación a una humanidad que, en su conjunto, rechaza a Cristo y vive en las tinieblas, en lugar de la luz (Juan 3, 19). Dicha actitud, es la de una profunda compasión y tristeza espiritual, la de amarlos y sufrir por ellos; hacerse cargo de ellos delante de Dios, como Jesús se hizo cargo de todos nosotros ante el Padre; y no dejar de llorar y rezar por el mundo.


Este es, uno de los rasgos más bellos de la santidad, de algunos monjes ortodoxos. Pienso en San Silvano del Monte Athos. Él decía:


Hay hombres que auguran a sus enemigos y a los enemigos de la Iglesia, la ruina y los tormentos del fuego de la condenación. Piensan de este modo, porque no fueron instruidos por el Espíritu Santo, en el amor de Dios. En cambio, quien verdaderamente lo ha aprendido, derrama lágrimas por el mundo entero. Tú dices: Es malvado y que se queme en el fuego del infierno. Pero yo te pregunto: Si Dios te diera un buen lugar en el Paraíso y vieras arrojado en las llamas a quien tú se lo augurabas, quizás ni siquiera entonces te dolerías por él, quienquiera que fuera, aunque fuera enemigo de la Iglesia.


En la época de este santo monje, los enemigos eran sobre todo los bolcheviques, que perseguían a la Iglesia de su amada patria, Rusia. Hoy, el frente se ha ampliado y no existe telón de acero al respecto. En la medida en que, un cristiano descubre la belleza infinita, el amor y la humildad de Cristo, no puede prescindir, de sentir una profunda compasión y sufrimiento, por quien voluntariamente, se priva del bien más grande de la vida. El amor, se hace en él más fuerte, que cualquier resentimiento. En una situación similar, San Pablo, llega a decir que, está dispuesto a ser él mismo anatema, separado de Cristo, si esto podía servir, para que le aceptaran por los de su pueblo, que permanecieron fuera (Romanos 9, 3).

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