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Reflexión del día martes, 8 de diciembre - 2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 23 dic 2020
  • 3 Min. de lectura

Tiempo Ordinario – Ciclo A

Segunda semana

Martes 8 de diciembre – 2020


· Primera lectura: Génesis 3, 9-15. 20

Entonces dijo, el Señor Dios, a la serpiente: ”Porque has hecho esto, serás maldita entre todos los animales y entre todas las bestias salvajes. Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; y su descendencia te aplastará la cabeza, mientras tú tratarás de morder su talón. (Génesis 3, 14-15)

· Salmo: 97, 1-4


Cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas. Cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas. Su diestra y su santo brazo, le han dado la victoria. (Salmo: 97, 1)


· Segunda lectura: Efesios 1, 3-6. 11-12


San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los efesios les dice: Hermanos: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en él, con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor; y determinó, porque así lo quiso, que por medio de Jesucristo, fuéramos sus hijos, para que alabemos y glorifiquemos la gracia, con que nos ha favorecido por medio de su Hijo amado. (Efesios 1, 3-6)


· Evangelio: San Lucas 1, 26-38

El evangelista San Lucas, proclama que, el ángel Gabriel, fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen, se llamaba María. Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” (Lucas 1, 26-28)

Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II


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Declaramos, pronunciamos y definimos que, la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles.

La Virgen María, madre de Jesús


Desde su trono celestial, vigila y procura con su asidua oración, la plenitud del número de los elegidos.


Y si la fe, como dice el Apóstol, no es otra cosa, que la garantía de lo que se espera (Hebreos 11, 1), cualquiera comprenderá fácilmente, que con la Concepción Inmaculada de la Virgen, se confirma la fe y al mismo tiempo, se alienta nuestra esperanza. Y esto, sobre todo, porque la Virgen desconoció el pecado original, en virtud de que iba a ser Madre de Cristo.


Fue Madre de Cristo, para devolvernos la esperanza de los bienes eternos. Omitiendo ahora, el amor a Dios ¿Quién, con la contemplación de la Virgen Inmaculada, no se siente movido a observar fielmente, el precepto que Jesús hizo suyo, por antonomasia: que nos amemos unos a otros como él nos amó? Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas (Apocalipsis 12, 1). Nadie ignora, que aquella mujer simbolizaba a la Virgen María, que sin afectar a su integridad, dio a luz nuestra cabeza.


Sigue el Apóstol: Y estando encinta, gritaba con los dolores del parto y las ansias de parir (Apocalipsis 12, 2). Así, Juan vio a la Santísima Madre de Dios, gozando ya de la eterna bienaventuranza y, sin embargo, con las ansias de un misterioso parto. ¿De qué parto? Sin duda del nuestro, porque nosotros, detenidos todavía en el destierro, tenemos que ser aún engendrados, a la perfecta caridad de Dios y la felicidad eterna. Los dolores de parto indican, el ardor y amor con los que la Virgen, desde su trono celestial, vigila y procura con su asidua oración, la plenitud del número de los elegidos. Deseamos ardientemente, que todos los fieles se esfuercen, por lograr esta misma caridad, sobre todo, aprovechando estas solemnes celebraciones, de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios.


Adaptación del texto de San Pío X (1835-1914)

Papa 1903-1914

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