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Se levantó, una gran tempestad. (Homilía dominical)

  • Eduardo Ibáñez García
  • 19 jun 2021
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 20 jul 2021

Dia del Señor


Tiempo Ordinario II – Ciclo B

Decimosegundo domingo

20 de junio 2021

  • Primera lectura: Job 38, 1. 8-11

El Señor, habló a Job, desde la tormenta y le dijo: “Yo le puse límites al mar, cuando salía impetuoso, del seno materno; yo hice de la niebla, sus mantillas; y de las nubes, sus pañales; yo le impuse límites, con puertas y cerrojos; y le dije: Hasta aquí llegarás, no más allá. Aquí se romperá, la arrogancia de tus olas”. (Job 38, 8-11)

  • Salmo: 106, 23-26. 28-31

Demos gracias al Señor, por sus bondades. Se alegraron, al ver la mar tranquila y el Señor, los llevó al puerto anhelado. Den gracias al Señor, por los prodigios, que su amor por el hombre, ha realizado. (Salmo: 106, 30-31)

  • Segunda lectura: 2 Corintios 5, 14-17

San Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, a los corintios les dice: Hermanos: nosotros, ya no juzgamos a nadie, con criterios humanos. Si alguna vez, hemos juzgado a Cristo, con tales criterios, ahora ya no lo hacemos. El que vive, según Cristo, es una creatura nueva; para él, todo lo viejo ha pasado. Ya todo, es nuevo. (2 Corintios 5, 16-17)

  • Evangelio: San Marcos 4, 35-41

El evangelista San Marcos, proclama que, Jesús, dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla del lago.” …De pronto, se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban, contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús, dormía en la popa… Lo despertaron y le dijeron: Maestro ¿No te importa, que nos hundamos? Él, se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!” Entonces, el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús, les dijo: “¿Por qué tenían, tanto miedo? ¿Aún, no tienen fe?” Todos, se quedaron espantados y se decían unos a otros: ¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen? (Marcos 4, 35. 37-41)


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

Jesús, calma la tempestad

(Marcos 4)


Se encaró con el viento y dijo al mar: Cállate, cálmateEl viento se apaciguo y vino una gran calma. (Versículos 39)


 

Se levantó, una gran tempestad


El Evangelio de este Domingo, es el de la tempestad calmada. Al atardecer, después de una jornada, de intenso trabajo; Jesús, sube a una barca y les dice a los apóstoles, que vayan a la otra orilla. Agotado por el cansancio, se duerme en popa. Mientras tanto, se levanta una gran tempestad, que anega la barca. Asustados, los apóstoles, despiertan a Jesús, gritándole: Maestro ¿No te importa, que perezcamos? Tras levantarse, Jesús, ordena al mar que se calme: ¡Calla, enmudece! El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Pero, después, les dijo: ¿Por qué están, con tanto miedo? ¿Cómo, no tienen fe?


Vamos a tratar, de comprender el mensaje, que nos dirige hoy, esta página del Evangelio. La travesía del mar de Galilea, indica la travesía de la vida. El mar, es mi familia, mi comunidad, mi corazón mismo. Pequeños mares, en los que, se pueden desencadenar, como sabemos, tempestades grandes e imprevistas.


¿Quién, no ha conocido, algunas de estas tempestades, cuando todo se oscurece y la barquita de nuestra vida, comienza a hacer agua, por todas las partes, mientras Dios, parece que está ausente o duerme? Un diagnóstico, alarmante del médico; y nos encontramos, de repente, en plena tempestad. Un hijo, que emprende un mal camino, dando de qué hablar; y ya tenemos a los padres, en plena tempestad. Un revés financiero, la pérdida del trabajo, el amor de novio, del cónyuge; y nos encontramos, en plena tempestad.


¿Qué, hacer? ¿A qué, podemos agarrarnos y hacia qué lado, podemos tirar el ancla? Jesús, no nos da la receta mágica, para escapar de todas las tempestades. No nos ha prometido, que evitaremos todas las dificultades; nos ha prometido, sin embargo, la fuerza para superarlas, si se lo pedimos.


San Pablo, nos habla de un problema serio, que tuvo que afrontar en su vida y que llama un aguijón, en mi carne. Tres veces (es decir, infinitas veces), dice, rogó al Señor, que le liberarse de él y ¿Qué, le respondió? Leámoslo juntos: Mi gracia te basta, que mi fuerza, se muestra perfecta, en la flaqueza. Desde aquel día, nos dice, comenzó incluso, a gloriarse de sus debilidades, persecuciones y angustias; hasta el punto, de poder decir: cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte (2 Corintios 12, 7-10).


La confianza en Dios, este es, el mensaje del Evangelio. En aquel día, lo que les salvó a los discípulos del naufragio, fue el hecho, de llevar a Jesús en la barca, antes de comenzar la travesía. Esta es también, para nosotros, la mejor garantía, contra las tempestades de la vida. Llevar con nosotros, a Jesús. El medio, para llevar a Jesús, en la barca de la propia vida y de la propia familia, es la fe, la oración y la observancia de los mandamientos.


Cuando se desencadena, en el mar la tempestad, al menos en el pasado; los marinos, solían echar aceite sobre las olas, para calmarlas. Nosotros, echamos sobre las olas del miedo y de la angustia, la confianza en Dios. San Pedro, exhortaba a los primeros cristianos, a tener confianza en Dios, tras las persecuciones, diciendo: confíenle todas sus preocupaciones, pues Él, cuida de vosotros (1 Pedro 5, 7). La falta de fe, que reprochó Jesús, en esa ocasión a los discípulos, se debe al hecho, de poner en duda, el que le importe su vida e incolumidad: ¿No te importa, que perezcamos?


Dios nos cuida, le importa nuestra vida ¡Y, de qué manera! Una anécdota, citada con frecuencia, habla de un hombre, que tuvo un sueño. Veía, dos pares de huellas, que se habían quedado, grabadas en la arena del desierto y comprendía, que una par de huellas, eran las de sus pies y el otro par, las de los pies de Jesús, que caminaba a su lado. En un cierto momento, un par de huellas desaparece; y comprende, que esto sucedió precisamente, en un momento difícil de su vida. Entonces, se lamenta con Cristo, que le dejó sólo, en el momento de la prueba. Pero, ¡yo, estaba contigo! Responde, Jesús. Cómo es posible, que estuvieras conmigo, si en la arena, sólo se ven las huellas de dos pies? Eran, las mías –responde, Jesús–. En esos momentos, te había cargado a hombros.


Recordémoslo, cuando también nosotros, sintamos la tentación, de quejarnos con el Señor, porque nos deja solos.


Adaptación del texto de la homilía del

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap


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