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Solo la misericordia, salvará al mundo. (1ª. parte) T-8 26-10-19

  • Eduardo Ibáñez García
  • 29 oct 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 5 may 2021

Solo la misericordia, salvará al mundo


Lo opuesto de la misericordia no es la justicia, sino la venganza.


Jesús, no ha opuesto, la misericordia a la justicia, pero si a la ley del talión.


Dios si hace justicia, haciendo misericordia; pero, una falsa concepción de la justicia de Dios, hace que los hombres, no entiendan debidamente, el concepto de misericordia, que sí se opone, a la idea de venganza; porque el Señor, no solo tiene misericordia, El es misericordia; no quiere venganza, sino que el pecador se salve y se convierta.


1. Déjense reconciliar por Dios


Raniero Cantalamessa

Dios, nos ha reconciliado consigo, por Cristo; y nos ha confiado, el ministerio de la reconciliación… Por Cristo, te rogamos: Reconciliarnos, con Dios.


A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros, para que en El, fuéramos justicia de Dios. Cooperando, pues, con El, les exhortamos a que, no reciban en vano la gracia de Dios, porque dice: En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salud te ayudé. ¡Este es el tiempo propicio, este es el día de la salud! (2 Corintios 5, 18. 6, 2). Son palabras de San Pablo, en su Segunda Carta a los Corintios.


El llamamiento del Apóstol, a reconciliarse con Dios, no se refiere a la reconciliación histórica, entre Dios y la humanidad (esta, acaba de decir, ya ha tenido lugar, a través de Cristo en la cruz); ni siquiera se refiere, a la reconciliación sacramental, que tiene lugar en el bautismo y en el sacramento de la reconciliación; se refiere a una reconciliación existencial y personal, que se tiene que dar en el presente.


El llamamiento, se dirige a los cristianos de Corinto, que están bautizados y viven desde hace tiempo, en la Iglesia; está dirigido, por lo tanto, también a nosotros, ahora y aquí. El momento justo, el día de salvación es, para nosotros, el año de la misericordia que hemos vivido y que, desde ahora, estamos cosechando sus frutos.


¿Pero qué significa, en el sentido existencial y psicológico, reconciliarse con Dios? Una de las razones, quizá la principal, de la alienación del hombre moderno de la religión y la fe, es la imagen distorsionada, que este tiene de Dios. ¿Cuál es, de hecho, la imagen predefinida de Dios, en el inconsciente humano colectivo? Para descubrirla, basta hacerse esta pregunta: ¿Qué asociación de ideas, qué sentimientos y qué reacciones surgen en ti, antes de toda reflexión, cuando en el Padre Nuestro, llegas a decir: Hágase tu voluntad?


Quien lo dice, es como si inclinase su cabeza, hacia el interior, resignadamente, preparándose para lo peor. Inconscientemente, se conecta la voluntad de Dios, con todo lo que es desagradable, doloroso; lo que, de una manera u otra, puede ser visto, como limitante de la libertad y el desarrollo individual. Es un poco, como si Dios fuera el enemigo de toda fiesta, alegría y placer; un Dios adusto e inquisidor.


Dios es visto como el Ser Supremo, el Todopoderoso, el Señor del tiempo y de la historia; es decir, como una entidad, que se impone al individuo desde el exterior; ningún detalle, de la vida humana se le escapa. La transgresión de su Ley, introduce inexorablemente un desorden, que requiere una reparación adecuada, que el hombre, sabe que no es capaz de darle. De ahí el temor y a veces, un sordo resentimiento contra Dios. Es un remanente, de la idea pagana de Dios, nunca del todo erradicada; y quizás imposible de erradicar, del corazón humano. En esta circunstancia, se basa la tragedia griega; Dios es el que interviene, a través del castigo divino, para restablecer el orden moral, perturbado por el mal. Desde el origen de todo, hay una imagen de Dios envidioso del hombre, que la serpiente instiló en Adán y Eva.


Por supuesto, ¡nunca se ha ignorado, en el cristianismo, la misericordia de Dios! Pero a esta, solo se le ha encomendado la tarea de moderar, los rigores irrenunciables de la justicia. La misericordia, era la excepción, no la regla. El año de la misericordia, ha sido la oportunidad de oro, para sacar a la luz, la verdadera imagen del Dios bíblico, que no solo tiene misericordia, sino que es misericordia.


Esta audaz afirmación, se basa en el hecho, de que Dios es amor (1 Juan 4, 8. 16). Solo en la Trinidad, Dios es amor, sin ser misericordia. Que el Padre ame al Hijo, no es gracia o concesión; es necesidad, aunque perfectamente libre; que el Hijo ame al Padre no es gracia o favor, él necesita ser amado y amar para ser Hijo. Lo mismo debe decirse del Espíritu Santo, que es el amor personificado.


Es cuando crea el mundo y en este, las criaturas libres; cuando el amor de Dios, deja de ser naturaleza y se convierte en gracia. Este amor es una concesión libre, que podría no existir; pero es eso, gracia y misericordia. El pecado del hombre, no cambia la naturaleza de este amor, pero causa en este, un salto cualitativo: de la misericordia como don, se pasa a la misericordia como perdón. Desde el amor de simple donación, se pasa a un amor de sufrimiento, porque Dios sufre, frente al rechazo de su amor; He criado hijos, los he visto crecer, pero ellos me han rechazado (Isaías 1, 2). Preguntemos a muchos padres y muchas madres, que han tenido la experiencia, si este no es un sufrimiento; y, entre los más amargos de la vida.

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