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Solo la misericordia salvará al mundo (1) T-34. 18-04-2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 17 abr 2020
  • 4 Min. de lectura

Solo la misericordia salvará al mundo


P. Raniero Cantalamessa, ofmcap


Lo opuesto de la misericordia no es la justicia, sino la venganza.


Jesús no ha opuesto la misericordia a la justicia, pero sí a la ley del talión. Dios se hace justicia, haciendo misericordia; una falsa concepción de la justicia de Dios, hace que los hombres no entiendan debidamente, el concepto de misericordia, que sí se opone a la idea de venganza. Porque el Señor no solo tiene misericordia, Él es misericordia. No quiere venganza, sino que el pecador se salve y se convierta.

 

1. Déjense reconciliar por Dios


Dios, nos ha reconciliado consigo por Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación... Por Cristo les rogamos: Reconcíliense con Dios. A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros, para que en Él fuéramos justicia de Dios. Cooperando, pues, con Él, les exhortamos a que no reciban en vano la gracia de Dios, porque dice: En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salud te ayudé. ¡Este es el tiempo propicio, este es el día de la salud! (2 Corintios 5, 18-6).

Son palabras de San Pablo, en su Segunda Carta a los Corintios. El llamamiento del Apóstol, a reconciliarse con Dios, no se refiere a la reconciliación histórica entre Dios y la humanidad; ni siquiera se refiere, a la reconciliación sacramental, que tiene lugar en el bautismo y en el sacramento de la reconciliación; se refiere a una reconciliación existencial y personal, que se tiene que actuar en el presente. El llamamiento se dirige a los cristianos de Corinto, que están bautizados y viven desde hace tiempo en la Iglesia; está dirigido, por lo tanto, también a nosotros.

¿Pero qué significa, en el sentido existencial y psicológico, reconciliarse con Dios? Una de las razones, quizá la principal, de la alienación del hombre moderno de la religión y la fe, es la imagen distorsionada, que este tiene de Dios. ¿Cuál es, de hecho, la imagen predefinida de Dios, en el inconsciente humano colectivo? Para descubrirla, basta hacerse esta pregunta: ¿Qué asociación de ideas, qué sentimientos y qué reacciones surgen en ti, antes de toda reflexión, cuando, en el Padre Nuestro, llegas a decir: tu voluntad?

Quien lo dice, es como si inclinase su cabeza, hacia el interior, resignadamente, preparándose para lo peor. Inconscientemente, se conecta la voluntad de Dios, con todo lo que es desagradable, doloroso, lo que, de una manera u otra, puede ser visto como limitante a la libertad y el desarrollo individuales. Es un poco, como si Dios fuera el enemigo de toda fiesta, alegría y placer. Un Dios adusto e inquisidor.

Dios, es visto como el Ser Supremo, el Todopoderoso, el Señor del tiempo y de la historia, es decir, como una entidad, que se impone al individuo desde el exterior; ningún detalle de la vida humana, se le escapa. La transgresión de su Ley, introduce inexorablemente un desorden, que requiere una reparación adecuada, que el hombre sabe que no es capaz de darle. De ahí el temor, y a veces, un sordo resentimiento contra Dios. Es un remanente de la idea pagana de Dios, nunca del todo erradicada; y quizás, imposible de erradicar del corazón humano. En esta, se basa la tragedia griega; Dios es el que interviene, a través del castigo divino, para restablecer el orden moral, perturbado por el mal. Es el origen de todo, lo que hay en la imagen de Dios envidioso, en el hombre que la serpiente instiló en Adam y Eva.

Por supuesto, ¡nunca se ha ignorado, en el cristianismo, la misericordia de Dios! Pero a esta, solo se le ha encomendado la tarea, de moderar los rigores irrenunciables de la justicia. La misericordia era la excepción, no la regla. Debemos sacar a la luz, la verdadera imagen del Dios bíblico, que no solo tiene misericordia, sino que es misericordia.

Esta audaz afirmación, se basa en el hecho de que Dios es amor (1 Juan 4, 08. 16). Solo en la Trinidad, Dios es amor, sin ser misericordia. Que el Padre ame al Hijo, no es gracia o concesión; es necesidad, aunque perfectamente libre; que el Hijo ame al Padre, no es gracia o favor, Él necesita ser amado y amar para ser Hijo. Lo mismo debe decirse del Espíritu Santo, que es el amor personificado.

Es, cuando crea el mundo; y en este las criaturas libres, cuando el amor de Dios deja de ser naturaleza y se convierte en gracia. Este amor es una concesión libre, podría no existir; es gracia y misericordia. El pecado del hombre, no cambia la naturaleza de este amor, pero causa en este, un salto cualitativo: de la misericordia como don, se pasa a la misericordia como perdón. Desde el amor de simple donación, se pasa a un amor de sufrimiento, porque Dios sufre frente al rechazo de su amor. He criado hijos, los he visto crecer, pero ellos me han rechazado (Isaías 1, 2). Preguntemos a muchos padres y muchas madres, que han tenido la experiencia, si este no es un sufrimiento y está entre los más amargos de la vida.

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