Todo fue hecho por medio de Él y en vista de Él - Cristo y la Creación (1a) T-58. 3-10-2020
- Eduardo Ibáñez García
- 2 oct 2020
- 3 Min. de lectura
Todo fue hecho por medio de Él y en vista de Él
Cristo y la Creación
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

Son dos las meditaciones, en las que me propongo, situar a la Persona divino-humana de Cristo, en el centro de los dos grandes componentes que, juntamente, constituyen lo real, es decir, el cosmos y la historia, el espacio y el tiempo, la creación y el hombre. Debemos tomar nota, en efecto, de que a pesar de todo lo que se habla de Él, Cristo es un marginado en nuestra cultura. Está totalmente ausente —y por motivos más que comprensibles— en los tres principales diálogos, donde la fe tiene el compromiso, con el mundo contemporáneo: con la ciencia, con la filosofía y aquel, entre las religiones.
Sin embargo, el objetivo último, no es de orden teórico, sino práctico. Se trata, de volver a situar a Cristo, ante todo, en el centro de nuestra vida personal y de nuestra visión del mundo; en el centro, de las tres virtudes teologales de fe, esperanza y caridad. La Navidad es la época más propicia para semejante reflexión, puesto que en ella recordamos el momento en que el Verbo se hace carne, que entra, también físicamente en la creación y en la historia, en el espacio y en el tiempo.

1. La tierra estaba vacía (a)
En esta primera meditación, reflexionamos sobre la primera parte del plan anunciado: es decir, sobre la relación entre Cristo y el cosmos. En el principio, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era informe y desierta; y las tinieblas recubrían el abismo y el Espíritu de Dios, aleteaba sobre las aguas (Génesis 1, 1-2). Un autor medieval, el abad inglés Alexander Neckam (1157- 1217), comenta así, en su poema, estos versículos iniciales de la Biblia:
La tierra estaba vacía, porque el Verbo no se había hecho carne, todavía.
Nuestra tierra estaba vacía, porque no habitaba en ella todavía, la plenitud de la gracia y la verdad.
Estaba vacía, porque aún no estaba firme y establemente unida, a la divinidad.
Nuestra morada terrena estaba vacía, porque no había llegado la plenitud del tiempo.
Y las tinieblas, recubrían el abismo. Todavía, en efecto, no había venido la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo.
Creo, que no se puede expresar de forma más bíblica y sugestiva, la relación que existe, entre creación y Encarnación; que leyendo, como contrapunto, el comienzo del libro del Génesis, con el comienzo del Evangelio de Juan, tal como hace, precisamente, este autor. La Encíclica Laudato si’ dedica a este tema, un apartado que, dada su brevedad, podemos escuchar por completo:
Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación, pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: Todo fue creado por él y para él (Colosenses 1, 16). El prólogo del Evangelio de Juan (1, 1-18) muestra la actividad creadora de Cristo, como Palabra divina (Logos). Pero, este prólogo sorprende por su afirmación, de que esta Palabra se hizo carne (Juan 1, 14). Una Persona de la Trinidad, se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte con él, hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar, a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta, en el conjunto de la realidad natural, sin por ello, afectar su autonomía (n. 99).
Se trata de saber, qué lugar ocupa la persona de Cristo, respecto de todo el universo. Esta es hoy, una tarea más urgente que nunca. Maurice Blondel escribía a un amigo:
Ante los horizontes ampliados, de la ciencia de la naturaleza y de la humanidad; no se puede, sin traicionar al catolicismo, permanecer con explicaciones mediocres y con modos de ver limitados, que hacen de Cristo un accidente histórico, que lo aíslan en el cosmos, como un episodio postizo; y parecen hacer de él un intruso o un desorientado, en la aplastante y hostil inmensidad del universo.
Comments