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Todo fue hecho por medio de Él y en vista de Él - Cristo y la Creación (1b) T-59. 10-10-2020

  • Eduardo Ibáñez García
  • 9 oct 2020
  • 4 Min. de lectura

Todo fue hecho por medio de Él y en vista de Él

Cristo y la Creación


Por Raniero Cantalamessa,

Predicador de la Casa Pontificia



Son dos las meditaciones, en las que me propongo, situar a la Persona divino-humana de Cristo, en el centro de los dos grandes componentes que, juntamente, constituyen lo real, es decir, el cosmos y la historia, el espacio y el tiempo, la creación y el hombre. Debemos tomar nota, en efecto, de que a pesar de todo lo que se habla de Él, Cristo es un marginado en nuestra cultura. Está totalmente ausente —y por motivos más que comprensibles— en los tres principales diálogos, donde la fe tiene el compromiso, con el mundo contemporáneo: con la ciencia, con la filosofía y aquel, entre las religiones.


Sin embargo, el objetivo último, no es de orden teórico, sino práctico. Se trata, de volver a situar a Cristo, ante todo, en el centro de nuestra vida personal y de nuestra visión del mundo; en el centro, de las tres virtudes teologales de fe, esperanza y caridad. La Navidad es la época más propicia para semejante reflexión, puesto que en ella recordamos el momento en que el Verbo se hace carne, que entra, también físicamente en la creación y en la historia, en el espacio y en el tiempo.

 


1. La tierra estaba vacía (b)

Los textos bíblicos, en los que se basa nuestra fe, sobre el papel cósmico de Cristo, son los de San Pablo y San Juan, mencionados en la encíclica, que aquí conviene recordar de modo amplio. El primero (también en orden cronológico) es Colosenses 1, 15-17:


Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo y todo se mantiene en él.


El otro texto es Juan 1,3.10:


Por medio de él se hizo todo y sin él, no se hizo nada de cuanto se ha hecho…

El mundo se hizo por medio de él y el mundo no lo conoció.

A pesar, de la impresionante consonancia de estos textos, es posible encontrar entre ellos, una diferencia de énfasis, que tendrá una gran importancia, en el desarrollo futuro de la teología. Para San Juan, la bisagra que une creación y redención, es el momento en que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; para San Pablo es, más bien, el momento de la cruz. Para el primero, es la encarnación; para el segundo, es el misterio pascual. El texto de Colosenses, sigue diciendo:


Porque en él quiso Dios, que residiera toda la plenitud. Y por él y para él, quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Colosenses 1, 19-20).


La reflexión patrística, bajo el acoso de las herejías, valoró casi exclusivamente, un elemento de estas afirmaciones: lo que dicen de la persona de Cristo y de la salvación del hombre, realizada por Él; poco o nada, en cambio, de lo que dicen de su alcance cósmico, es decir, del significado de Cristo, para el resto de la creación.


Respecto de los arrianos, estos textos servían para afirmar la divinidad y la preexistencia de Cristo. El Hijo de Dios no puede ser una criatura, argumentaba Atanasio, puesto que es el Creador de todo. El alcance cósmico del Logos en la creación, no encuentra su correspondiente adecuado en la redención. El único texto, que se prestaba a un desarrollo en este sentido —es decir, el de Romanos 8, 19-22 sobre la creación que gime y sufre, como con dolores de parto— nunca fue, que yo sepa, el punto de partida de una reflexión profunda, por parte de los Padres de la Iglesia.


A la pregunta del por qué de la Encarnación, desde San Atanasio (De incarnatione) hasta San Anselmo de Aosta (Cur Deus homo), se responde en esencia, con las palabras del Credo: Propter nos homines et propter nostram salutem descendit de caelis: Por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo. La perspectiva, es la antropológica de la relación de Cristo, con la humanidad: no abarca, salvo incidentalmente, la relación de Cristo con el cosmos. Esto aflora, sólo indirectamente, en la polémica contra los gnósticos y los maniqueos, que oponían creación y redención, como obra de dos dioses distintos; y consideraban la materia y el cosmos, como intrínsecamente extraños a Dios e incapaces de salvación.


En un determinado momento, del desarrollo de la fe, en el Medioevo, se abre camino otra respuesta, a la pregunta ¿Por qué Dios, se ha hecho hombre? ¿Puede, la venida de Cristo, se nos pregunta, que es el primogénito de toda la creación (Colosenses 1, 15), depender totalmente del pecado del hombre, que intervino a continuación de la creación?


En esta línea, el Beato Duns Scoto, hace el paso decisivo, desatando la Encarnación, de su vínculo esencial con el pecado. El motivo de la Encarnación, dice, está en el hecho, de que Dios quiere tener, fuera de sí, alguien que lo ame en modo sumo y digno de sí. Cristo, es querido por sí mismo, como el único capaz de amar al Padre —y ser amado, por Él— con un amor infinito, digno de Dios. El Verbo, se habría encarnado también, aunque Adán no hubiera pecado, porque Él, es la coronación misma de la creación, la obra suprema de Dios. El pecado del hombre, ha determinado el modo de la Encarnación, otorgándole el carácter de redención del pecado, no el hecho mismo de la Encarnación. Esta tiene, un motivo trascendente, no ocasional.

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