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Todo fue hecho por medio de Él y en vista de Él - Cristo y la Creación (2) T-60. 17-10-202

  • Eduardo Ibáñez García
  • 16 oct 2020
  • 4 Min. de lectura

Todo fue hecho por medio de Él y en vista de Él

Cristo y la Creación


Por Raniero Cantalamessa,

Predicador de la Casa Pontificia



Son dos las meditaciones, en las que me propongo, situar a la Persona divino-humana de Cristo, en el centro de los dos grandes componentes que, juntamente, constituyen lo real, es decir, el cosmos y la historia, el espacio y el tiempo, la creación y el hombre. Debemos tomar nota, en efecto, de que a pesar de todo lo que se habla de Él, Cristo es un marginado en nuestra cultura. Está totalmente ausente —y por motivos más que comprensibles— en los tres principales diálogos, donde la fe tiene el compromiso, con el mundo contemporáneo: con la ciencia, con la filosofía y aquel, entre las religiones.


Sin embargo, el objetivo último, no es de orden teórico, sino práctico. Se trata, de volver a situar a Cristo, ante todo, en el centro de nuestra vida personal y de nuestra visión del mundo; en el centro, de las tres virtudes teologales de fe, esperanza y caridad. La Navidad es la época más propicia para semejante reflexión, puesto que en ella recordamos el momento en que el Verbo se hace carne, que entra, también físicamente en la creación y en la historia, en el espacio y en el tiempo.

 


2. La visión cósmica de Teilhard de Chardin


Lo de Scoto, es un primer intento, de dar un sentido preciso, a las afirmaciones bíblicas sobre Cristo, por medio del cual y en vista del cual todo ha sido creado; pero no se puede ciertamente, hablar todavía, con Él, de una incidencia relativa a los hechos de Cristo, sobre todo lo creado. Esto es posible, en cambio, si damos un salto de siglos; y desde Scoto, pasamos a nuestros días, a Teilhard de Chardin. Teilhard, está preocupado, como decía Blondel, por evitar que, en una cultura dominada, por la idea del evolucionismo, Cristo acabe siendo visto, como un accidente histórico, aislado del cosmos.


Aprovechando, sus indiscutibles conocimientos científicos, Teilhard de Chardin, ve un paralelismo, entre la evolución del mundo (la cosmogénesis) y la progresiva formación del Cristo total (cristogénesis). Cristo, no sólo no es ajeno, a la evolución del cosmos, sino que, misteriosamente, lo guía desde el interior y será, en el momento de la Parusía, su cumplimiento final y la transfiguración, el Punto Omega, según su lenguaje.


Deduzco, de estas premisas, toda una visión nueva y positiva, de la relación entre cristianismo y realidades terrenas. Por primera vez, en la historia del pensamiento cristiano, un creyente compone un Himno a la materia y un Himno del universo. Una llamarada de optimismo, atraviesa un vasto sector de la cristiandad, hasta hacer sentir su influencia, sobre un documento del Concilio Vaticano II, la constitución sobre La Iglesia y el mundo, Gaudium et spes. Hay una revalorización de las actividades terrenas, ante todo el trabajo humano. Las obras, que el cristiano realiza, tienen un valor por sí mismas, como una mejora del mundo, no sólo por la intención piadosa, con la que el cristiano las realiza.


Teilhard de Chardin, tiene la pluma particularmente feliz, cuando aplica esta visión suya, al sacramento de la Eucaristía. Mediante el trabajo y la vida cotidiana del creyente, la Eucaristía, extiende su acción a todo el cosmos. Cada Eucaristía, es una Misa sobre el mundo.


Cuando, a través del sacerdote, Cristo dice: Esto es mi cuerpo, sus palabras van mucho más allá, del trozo de pan sobre el cual son pronunciadas. Ellas hacen nacer, todo el cuerpo místico. Además de la Hostia transustanciada, la acción sacerdotal, se extiende a todo el cosmos.


No creo, sin embargo, que se pueda definir esta espiritualidad cósmica, como una espiritualidad ecológica, en el sentido actual del término. Aún prevalece en el autor, la idea evolutiva del progreso, de la ascensión de la creación, hacia formas cada vez más complejas y diversificadas, mientras que no está presente, a no ser indirectamente, la preocupación por la salvaguarda de la creación. En su tiempo, no se había tomado aún, conciencia clara del peligro que el desarrollo —especialmente el industrial— puede representar, para la creación o al menos, para esa minúscula parte de Él, que alberga a la humanidad.


La fe bíblica, coincide con Teilhard de Chardin, sobre el hecho de que, Cristo es el Punto Omega de la historia, si por Punto Omega se entiende, aquel que al final someterá a si todas las cosas, para entregarlas al Padre (1 Corintios 15, 28), aquel que inaugurará los cielos nuevos y la tierra nueva y pronunciará el juicio final, sobre el mundo y su historia (Mateo 25, 31). El mismo Cristo resucitado, se define en el Apocalipsis, como el Alfa y Omega, el primero y el último, el principio y el fin (Apocalipsis 22, 13).


La fe no justifica, en cambio, la idea de Teilhard de Chardin, según el cual, el acto final de la historia, será una coronación de la evolución, que ha llegado a su apogeo. Según la visión dominante en toda la Biblia, el acto final, podría ser lo contrario, es decir, una brusca interrupción de la historia, una crisis, un juicio, el momento de la separación del trigo y la cizaña (Mateo 13, 24). La segunda Carta de San Pedro, dice que los cristianos esperan ¡la venida del día de Dios, en el cual los cielos en llamas se disolverán y los elementos incendiados se fundirán! (2 Pedro 3, 12). Esta visión, es la que ha marcado el sentimiento de la Iglesia, como se ve, por las palabras iniciales del Dies irae: Dieae irae dies illa solvet saecclum en favilla: Día de ira será, cuando el mundo se haya reducido a cenizas. Un final, pues, del mal, más que un apogeo del bien, por lo que respecta al mundo presente.


Este lado débil, de la visión de Teilhard de Chardin, depende de una laguna, señalada también, por estudiosos admiradores de su pensamiento. No logró integrar, de modo orgánico y convincente, en su visión, el aspecto negativo del pecado; y por tanto, tampoco la visión dramática de San Pablo, según la cual, la reconciliación y la recapitulación de todas las cosas en Cristo, tienen lugar en su cruz y en su muerte.

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