Todo fue hecho por medio de Él y en vista de Él - Cristo y la Creación (3) T-61. 24-10-202
- Eduardo Ibáñez García
- 23 oct 2020
- 4 Min. de lectura
Todo fue hecho por medio de Él y en vista de Él
Cristo y la Creación
Por Raniero Cantalamessa,
Predicador de la Casa Pontificia

Son dos las meditaciones, en las que me propongo, situar a la Persona divino-humana de Cristo, en el centro de los dos grandes componentes que, juntamente, constituyen lo real, es decir, el cosmos y la historia, el espacio y el tiempo, la creación y el hombre. Debemos tomar nota, en efecto, de que a pesar de todo lo que se habla de Él, Cristo es un marginado en nuestra cultura. Está totalmente ausente —y por motivos más que comprensibles— en los tres principales diálogos, donde la fe tiene el compromiso, con el mundo contemporáneo: con la ciencia, con la filosofía y aquel, entre las religiones.
Sin embargo, el objetivo último, no es de orden teórico, sino práctico. Se trata, de volver a situar a Cristo, ante todo, en el centro de nuestra vida personal y de nuestra visión del mundo; en el centro, de las tres virtudes teologales de fe, esperanza y caridad. La Navidad es la época más propicia para semejante reflexión, puesto que en ella recordamos el momento en que el Verbo se hace carne, que entra, también físicamente en la creación y en la historia, en el espacio y en el tiempo.
3. El Espíritu de Cristo

¿Existe entonces, algo que permita escapar al peligro, de hacer de Cristo, como decía Blondel, un intruso o un desorientado, en la aplastante y hostil inmensidad del universo? En otras palabras ¿Tiene Cristo, algo que decir, sobre el problema candente de la ecología y de la salvaguarda de la creación; o esta, se desarrolla, de modo totalmente independiente de Él, como un problema que afecta, si acaso a la teología, pero no a la cristología?
La falta de una respuesta clara, por parte de los teólogos, a esta pregunta, depende, creo, como tantas otras lagunas, de una escasa atención al Espíritu Santo y a su relación, con Cristo resucitado. El último Adán —escribe San Pablo—, se convirtió, en Espíritu dador de vida (1 Corintios 15, 45); y el Apóstol, llega a decir, con una fórmula, incluso, demasiado concisa: El Señor, es el Espíritu (2 Corintios 3, 17), para subrayar, que el Señor resucitado, actúa ahora en el mundo, a través de su brazo operativo, que es el Espíritu Santo.
San Pablo, hace la alusión a la creación, que sufre con dolores de parto, en el contexto del discurso, sobre las diferentes operaciones del Espíritu Santo. Él ve una continuidad, entre el gemido de la creación y el del creyente: Ella (la creación), no es la única; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente (Romanos 8, 23).
El Espíritu Santo, es la fuerza misteriosa que impulsa la creación, hacia su plenitud. Hablando de la evolución del orden social, el concilio Vaticano II afirma, que el Espíritu de Dios, con admirable providencia, dirige el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, está presente en dicha evolución. Lo que el Concilio afirma sobre el orden social, vale para todos los ámbitos, incluido el cósmico. En cualquier esfuerzo desinteresado y en cualquier progreso de la custodia de la creación, actúa el Espíritu Santo. Él, que es, el principio de la creación de las cosas, es también el principio de su evolución en el tiempo. En efecto, ésta no es otra cosa, que la creación que continúa.
¿Qué aporta de específico y de personal, el Espíritu Santo, en la creación y en la evolución del cosmos? Él no está en el origen, sino, por así decirlo, al término de la creación y de la redención, igual que no está en el origen, sino al final del proceso trinitario. En la creación —escribe San Basilio— el Padre, es la causa principal, aquel del cual proceden todas las cosas; el Hijo, es la causa eficiente, aquel por medio del cual, todas las cosas son hechas; el Espíritu Santo, es la causa perfeccionante .
De las palabras iniciales de la Biblia (En el principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era informe y desierta y las tinieblas recubrían el abismo y el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas), se deduce, que la acción creadora del Espíritu, es el origen de la perfección de la creación; Él, diríamos, no es tanto aquel, que hace pasar el mundo desde la nada; sino aquel, que lo hace pasar de ser informe a ser formado y perfecto, aunque se debe tener siempre presente, que cada acción que Dios realiza fuera de Él, es siempre obra conjunta de toda la Trinidad.
En otras palabras, el Espíritu Santo, es aquel que por su naturaleza, tiende a hacer pasar lo creado, desde el caos al cosmos, a hacer de él algo bello, ordenado, limpio: precisamente un mundo, según el significado original de esta palabra. Sobre eso, San Ambrosio observa:
Cuando el Espíritu comenzó a aletear sobre él, lo creado aún no tenía ninguna belleza. En cambio, cuando la creación recibió la operación del Espíritu, obtuvo todo este esplendor de belleza que la hizo resplandecer como mundo.
Un autor anónimo del siglo II, ve que este prodigio se repite, con impresionante correspondencia, en la nueva creación que se realiza en la Pascua de Cristo. Lo que el Espíritu de Dios obró en el momento de la creación, lo obra ahora el Espíritu de Cristo en la redención. Y escribe el autor:
El universo entero, estaba a punto de caer en el caos y de disolverse por el desaliento ante la pasión, cuando Jesús lanzó su Espíritu divino exclamando: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lucas 23, 46). Y he aquí que, en el momento en que todas las cosas eran agitadas por un rugido y turbadas por el miedo, enseguida, al difundirse el Espíritu divino, como reactivado, vivificado y consolidado, el universo encontró su estabilidad.
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