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Y ustedes ¿Quién dicen, que soy yo? (Homilía dominical)

  • Eduardo Ibáñez García
  • 11 sept 2021
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 12 sept 2021

Día del Señor


Tiempo ordinario II – Ciclo B

Vigesimocuarto domingo

12 de septiembre 2021


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo. Amen


Oración:

Señor Dios, creador y soberano de todas las cosas, vuelve a nosotros tus ojos y concede, que te sirvamos de todo corazón, para que experimentemos, los efectos de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo... Amén.

  • Primera lectura: Isaías 50, 5-9

El profeta Isaías, proclama que, el Señor Dios, me ha hecho oír sus palabras y yo, no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda, a los que me golpeaban; la mejilla, a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro, de los insultos y salivazos. Pero, el Señor me ayuda; por eso, no quedaré confundido; por eso, endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado (Isaías 50, 5-7).

  • Salmo: 114, 1-6. 8-9

Caminaré, en la presencia del Señor. Mi alma, libró de la muerte; del llanto, los ojos míos; y ha evitado, que mis pies tropiecen por el camino. Caminaré, ante el Señor, por la tierra de los vivos (Salmo: 114, 8-9).

  • Segunda lectura: Santiago 2, 14-18

El apóstol Santiago, dice: Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno, decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? Supongamos, que uno de ustedes, le dice a su hermano: Que te vaya bien; abrígate y come, pero no le da lo necesario, para el cuerpo ¿De qué le sirve, que le digan eso? Así pasa, con la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta. Quizá alguien, podría decir: Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras, te demostraré mi fe” (Santiago 2, 14. 16-18).


¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

  • Evangelio: San Marcos 8, 27-35

El evangelista San Marcos, proclama que, Jesús y sus discípulos, se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino, les hizo esta pregunta: ¿Quién dice la gente, que soy yo?” Ellos, le contestaron: Algunos dicen, que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas. Entonces, Él, les preguntó: Y ustedes ¿Quién dicen, que soy yo? Pedro, le respondió: Tú eres, el Mesías. Y Él, les ordenó, que no se lo dijeran a nadie. Luego, se puso a explicarles, que era necesario, que el Hijo del hombre padeciera mucho; que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día (Marcos 8, 27-31).


Lecturas consultadas en:


Id y enseñad,

La Biblia Latinoamérica,

La Biblia de las Américas y

Nuevo Misal del Vaticano II

 

Pedro, proclama su fe

(Marcos 8)


Entonces, Jesús, les preguntó: Y ustedes ¿Quién dicen, que soy yo? Pedro, le respondió: Tú eres, el Mesías. (Versículos 29)


 

Y ustedes ¿Quién dicen, que soy yo?


Los tres Evangelios sinópticos, refieren el episodio de Jesús, cuando en Cesarea de Filipo, preguntó a los apóstoles, cuáles eran las opiniones de la gente, sobre Él. El dato común en los tres, es la respuesta de Pedro: Tú, eres el Cristo. San Mateo, añade: el Hijo de Dios vivo (Mateo 16, 16) que podría, sin embargo, ser una manifestación, debida a la fe de la Iglesia, después de la Pascua.

Pronto, el título Cristo, se convirtió, en el segundo nombre de Jesús. Se encuentra, más de 500 veces, en el Nuevo Testamento; casi siempre, en la forma compuesta Jesucristo o Nuestro Señor Jesucristo. Pero al principio, no era así. Entre Jesús y Cristo, se sobreentendía un verbo: Jesús, es el Cristo. Decir Cristo, no era llamar, a Jesús, por el nombre, sino hacer una afirmación sobre Él.

Cristo, se sabe, es la traducción griega, del hebreo Mashiah, Mesías; y ambos, significan ungido. El término, deriva del hecho, que en el Antiguo Testamento, reyes, profetas y sacerdotes; en el momento de su elección, eran consagrados, mediante una unción con óleo perfumado. Pero, cada vez más claramente, en la Biblia, se habla de un Ungido o Consagrado especial, que vendrá en los últimos tiempos, para realizar las promesas de salvación, de Dios a su pueblo. Es el llamado, mesianismo bíblico, que asume diversos matices, según el Mesías sea visto, como un futuro rey (mesianismo real) o como el Hijo del hombre, de Daniel (mesianismo apocalíptico).

Toda la tradición primitiva, de la Iglesia, es unánime, al proclamar que Jesús de Nazaret, es el Mesías esperado. Él mismo, según Marcos, se proclamará tal, ante el Sanedrín. A la pregunta, del sumo sacerdote: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Él responde: Sí, lo soy (Marcos 14, 61-65).

Tanto más, por lo tanto, desconcierta, la continuación del diálogo de Jesús, con los discípulos en Cesarea de Filipo: Y les mandó enérgicamente, que a nadie hablaran, acerca de Él. Sin embargo, el motivo está claro. Jesús, acepta ser identificado, con el Mesías esperado, pero no con la idea, que el judaísmo, había acabado por hacerse del Mesías. En la opinión dominante, éste era visto, como un líder político y militar, que liberaría a Israel, del dominio pagano e instauraría, con la fuerza el Reino de Dios, en la tierra.

Jesús, tiene que corregir profundamente esta idea, compartida por sus propios apóstoles, antes de permitir, que se hablara de Él, como Mesías. A ello, se orienta el discurso, que sigue inmediatamente: Y comenzó a enseñarles, que el Hijo del hombre, debía sufrir mucho... La dura palabra dirigida a Pedro, que busca disuadirle de tales pensamientos: ¡Quítate de mí vista, Satanás! es idéntica, a la dirigida al tentador del desierto. En ambos casos, se trata, de hecho, del mismo intento, de desviarle del camino, que el Padre le ha indicado –el del Siervo sufriente, de Yahveh– por otro que es, según los hombres, no según Dios.

La salvación, vendrá del sacrificio de sí, de dar la vida, en rescate por muchos, no de la eliminación del enemigo. De tal manera, de una salvación temporal, se pasa a una salvación eterna, de una salvación particular –destinada, a un solo pueblo– se pasa a una salvación universal.

Lamentablemente, tenemos que constatar, que el error de San Pedro, se ha repetido en la historia. También, determinados hombres de Iglesia; y hasta sucesores de San Pedro, se han comportado, en ciertas épocas, como si el reino de Dios, fuera de este mundo y debiera afirmarse con la victoria (si es necesario también, de las armas) sobre los enemigos, en vez de hacerlo, con el sufrimiento y el martirio.

Todas las palabras del Evangelio, son actuales; pero el diálogo de Cesarea de Filipo, lo es de forma del todo especial. La situación, no ha cambiado. También hoy, sobre Jesús, existen, las más diversas opiniones de la gente: un profeta, un gran maestro, una gran personalidad. Se ha convertido en una moda, presentar a Jesús, en los espectáculos y en las novelas; en las costumbres y con los mensajes más extraños. El Código da Vinci, es sólo el último episodio, de una larga serie.

En el Evangelio Jesús, no parece sorprenderse, de las opiniones de la gente, ni se retrasa en desmentirlas. Sólo plantea, una pregunta a los discípulos; y así lo hace, también hoy: Para ustedes, es más, para ti, ¿Quién, soy yo? Existe un salto por dar, que no viene de la carne, ni de la sangre; sino que es don de Dios, que hay que acoger, mediante la docilidad, a una luz interior, de la que nace la fe. Cada día, hay hombres y mujeres, que dan este salto. A veces, se trata de personas famosas –actores, actrices, hombres de cultura– y entonces, son noticia. Pero, infinitamente más numerosos, son los creyentes desconocidos. En ocasiones, los no creyentes, se toman estas conversiones, como debilidad, crisis sentimentales o búsqueda de popularidad; y puede darse, que en algún caso sea así. Pero, sería una falta de respeto, de la conciencia de los demás, arrojar descrédito, sobre cada historia de conversión.

Una cosa, es cierta: los que han dado este salto, no volverían atrás, por nada del mundo; y más todavía, se sorprenden, de haber podido vivir, tanto tiempo sin la luz y la fuerza, que vienen de la fe en Cristo. Como San Hilario de Poitiers, que se convirtió siendo adulto, están dispuestos a exclamar: Antes de conocerte, yo no existía.


Adaptación del texto de la homilía del

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

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